miércoles, 2 de noviembre de 2011

Entrada a otro cielo

Calavera

DEDICATORIA

Confieso lo evidente: yo no soy,

ni quiero ni pretendo ser poetisa

(la cumbre del Parnaso se divisa

muy lejos del paraje donde estoy).

No obstante, por ociosa, quise hoy

echar mano del estro que improvisa,

ceñirlo con la métrica precisa

y, al fin, hilar los versos que le doy.

Estando así las cosas, le suplico,

no juzgue con rigor mi calavera;

ignore sus carencias y defectos.

Sin más, Víctor Florencio, le dedico

mis décimas, las cuales, soy sincera,

compuse para usted con mucho afecto.

Rocío Antón Pérez.

Revisión: Ataúlfo Antón Pérez.

Huauchinango, Pue., noviembre de 2011.

CALAVERA

Al abrigo del silencio

de una noche triste y fría,

lucubraba con porfía

el señor Víctor Florencio.

Ya llevaba, lo evidencio

tres semanas sin dormir,

pues ansiaba concluir

con la ecléctica ponencia

sobre lógica, arte y ciencia

que era próximo a impartir.

Terminó con el trabajo

al llegar el conticinio;

sometiéndolo a escrutinio

lo miró de arriba abajo.

Confirmó que en el legajo

no había falla. Satisfecho,

decidió marcharse al lecho

y el estudio abandonar

(aposento singular

por su cúpula en el techo).

Descendió por la escalera,

traspasó el recibidor

y llegando al comedor

sucumbió ante la guzguera…

Ignorando la severa

prescripción de su galeno

se zampó, ni más ni menos,

diez galletas de vainilla,

chocolate y mantequilla

que para él son un veneno.

Todavía saboreaba

los bizcochos en la mesa

cuando oyó, con extrañeza,

que una tele funcionaba…

¿Quién será? se preguntaba

el que ve televisión?

Si no falla mi intuición,

o es Arturo, o es Manuel,

pero apuesto a que es aquél,

pues conozco su afición .

Fue directo hacia el cuartito

donde ven los DVD’s… (¡!)

Quedó mudo, como un pez

y más blanco que el granito,

pues la Muerte (¡no era un mito!)

lo esperaba en el sillón

pa’ llevárselo al panteón.

(No llevaba su guadaña,

solamente –cosa extraña-

iba envuelta en su mantón.)

Buenas noches, profesor.

He venido por usted.

Tenga a bien vuestra merced

el seguirme, por favor —.

Ya repuesto del terror

momentáneo que sintiera,

Víctor vio a la calavera

y, sin ser maleducado,

mas, pecando de igualado,

respondió de esta manera:

Oye: ¿a poco a ti te gusta

que te digan «Profesora»,

«Doña», «Usted», o bien, «Señora»…?

En mi caso, me disgusta

esta forma tan adusta

de nombrar a los demás.

No es mi estilo, además

de que suele incomodarme.

Te doy chance de tutearme;

dime Víctor, nada más .

La Calaca, sorprendida,

al mortal le dijo así:

Pues… ¿qué piensa que hago aquí?

¡He venido por su vida!

Por lo tanto, no me pida

olvidar la urbanidad

y fingir cordialidad.

Mi trabajo no es tutearlo,

solamente aniquilarlo

y llevarlo a mi heredad .

Soslayando totalmente

el meollo de este asunto,

dijo Víctor: Te pregunto:

¿Has pensado en lo excelente

que serías cual ponente?

Ofrecernos tú podrías

una charla. Versaría

toda en torno de tu filia:

eutanasia, necrofilia,

muerte y tanatología… .

La Huesuda, perturbada,

al mortal repuso así:

¡En qué acción tan baladí

quiere verme involucrada!

¿No ve que ando carrereada?

Luego entonces, no me invite

a que en público recite

las facetas de mi oficio;

charlar es un beneficio

que mi agenda no permite .

Desoyendo nuevamente

las palabras de la Parca,

dos películas de marca

le extendió, casi inquiriendo:

Anteayer estuve viendo

estas cintas de Buñuel.

¿Has mirado alguna de él?

La llamada El río y la muerte

de mi pueblo, ¡vaya suerte!,

da una imagen bella y fiel.

» Ahora bien: Los olvidados

es la historia del dolor,

la miseria y el horror

en que vive confinado

un infante chantajeado.

Te la tengo que prestar.

Y también te voy a dar

una cinta sobre arrieros,

Quest for fire, Los herederos,

Wisky, Mamma y Kandahar… —.

…y pasó del séptimo arte

a la música barroca;

le contó sobre Paul Broca

y las fábulas de Iriarte.

De los cráteres de Marte

hasta Heráclito y Platón;

de fútbol y religión;

de las ruinas en Tikal;

desde Goedel, Escher, Bach,

hasta Franco y Villazón…

…y le habló de su ascendencia:

los Hernández y Bernal

(que, añorando lo natal,

aquí hicieron residencia);

de don Julio y su impaciencia

(quien, por cierto, se nos fue);

de “La Delta” (aún en pie);

de la grey Ramírez Cañas,

y también de las hazañas

de “Popeye” (Bernabé)…

La Calaca, muy molesta,

le espetó al mortal así:

¡¡Insolente galopín!!

Sólo vine, firme y presta,

a cumplir con la funesta

encomienda de matarlo.

¡¡No llegué para escucharlo!!

¡¡Deje ya de parlotear

y comience a caminar,

que ya no voy a esperarlo!! .

…pero, ¡ni me has escuchado!:

debo dar algunos cursos;

quiero entrar a dos concursos;

tengo viajes programados;

voy a hacer un doctorado;

tengo alumnos que atender

y un proyecto de taller;

aún ensayo con el coro

y a mi nieta (a quien adoro)

yo la anhelo ver crecer…

Por lo expuesto, Calavera,

hoy no voy a acompañarte,

pues, ya ves que en todas partes

(como a Karajan) me espera

un proyecto de primera

o un trabajo que cumplir.

¡No es mi tiempo de morir!

Sobre todo porque tengo

(lo aseguro y lo sostengo)

muchas ganas de vivir —.

Sin dejar de hablar la asió

de su brazo descarnado

y con aire desgarbado

a la calle la arrojó.

¡Ah!, pero antes le entregó

un morral y una maleta

de películas repleta;

libros, discos de a montón

y (pa’ ornato del panteón)

una azalea en su maceta.

EPÍLOGO

Pero el cuento aquí no acaba:

Desde aquella noche fría,

cuando Víctor, con porfía,

en su estudio lucubraba,

la Calaca ha sido esclava

de una lóbrega visión:

Dando el gallo su pregón,

ve a Florencio, parco y serio,

arribar al cementerio

sin piedad ni compasión.

Y lo ve, con desconcierto,

deambulando entre las fosas

o sentado en las baldosas,

proferir hacia los yertos

y momificados muertos

sus discursos eruditos.

(Aunque incurre en el delito

de turbar el sueño eterno

de quien yace en el averno,

no parece estar contrito.)

Y, cual cuervo de Allan Poe

(mas, sin Palas ni dintel),

es Florencio como cruel

y terrible maldición.

Pues, la reina del panteón

de la plática tenaz

de este profe tan locuaz

ya no se ha de escabullir;

de él jamás podrá rehuir

ni librarse… ¡nunca más!