Es
común que digamos: “si hubiera…”. Y soltamos esa frase cuando
el tiempo simplemente ya se fue. Pero el tiempo fluye y fluye, es
decir, todo tiempo se va, inevitable y continuamente. Como la frase
resulta imprecisa, sería mejor decir “la oportunidad ya se fue”.
Ése es mi caso. He perdido la oportunidad de hacerlo cuando debía.
En el momento oportuno, como dicen muchos. Ahora, ¿qué me resta?
Jugar con el tiempo, imaginarlo y decir “si tuviera un hijo”.
Además,
estoy a destiempo porque estas líneas saldrán en épocas que aún
no son las comerciales de felicitar a los papás, y el día de las
mamás ya pasó. Por eso, de nuevo, decir “si tuviera un hijo” me
coloca fuera de tiempo.
Sin
embargo, tengo la imperiosa necesidad de decir que si tuviera un
hijo… y después de decirlo imaginar lo que podría hacer en tal
caso. Bueno, pero basta, para que el tiempo no fluya más, se vaya,
yo pierda la oportunidad y luego tenga que decir “si lo hubiera
dicho”, expongo a destiempo lo que haría si tuviera frente a mí
un hijo pequeño.
Si
tuviera un hijo, lo mandaría a la escuela por una sola razón: para
que aprendiera a escribir.
Para
que aprendiera que hay mayúsculas, y que éstas sirven a cualquiera
para dar comienzo, para iniciar.
También
para que aprendiera a poner comas, porque son las que dan ritmo al
mundo.
Para
que aprendiera a escribir la ‘o’, porque con ella se crean
alternativas y se puede pensar las cosas de un modo diferente,
distinto.
Que
aprendiera a escribir la ‘y’, porque con ella se puede pensar en
hacer algo juntos y en acompañarse.
Para
que aprendiera a poner puntos y seguido, porque con ellos se puede
enlazar ideas, y cambiar de ideas hablando de lo mismo.
Y
que aprendiera los signos de interrogación. Para que los empleara
cada mañana, y al amanecer fuera como el niño que pregunta y se
pregunta.
También
para que aprendiera los signos de admiración y al llegar la noche se
durmiera como si fuera un viejo, exclamando: “¡Cuántas cosas me
he preguntado hoy, cuántas he aprendido, cuántas experiencias he
tenido!”.
Lo
enviaría a la escuela para que aprendiera que hay puntos
suspensivos, porque cuando se piensa que se ha concluido hay aún
tantas cosas por hacer…
Para
que aprendiera que están los dos puntos y con ellos enumerara sus
esperanzas, sus sueños, emociones y trabajos.
Si
tuviera un hijo, lo enviaría a la escuela por una sola razón: para
que aprendiera a escribir “no” y “sí”. Para que con ambas
pudiera ser libre y expresar “no” a lo que esclaviza y “sí”
a lo que emancipa.
También
para que aprendiera a usar las comillas, y reconociera que sus ideas
se nutren de lo que otros dijeron y que él sólo ha recuperado.
Lo
enviaría a la escuela para que aprendiera a pedir razones con un
“por qué” y a responder por sus actos con un “porque” y
hablar de sus razones con un “porqué”.
Si
tuviera un hijo, insisto, buscaría que fuera a la escuela por una
sola razón: para que aprendiera a escribir, solo para eso. Para que
aprendiera que hay un punto y aparte que marca momentos de la vida. Y
para que aprendiera que todo termina, que todo acaba, que hay un
punto final.