Mi compadre Heraclio Balderas fue sacerdote. Llegó de Guanajuato a estas regiones. Fue a finales de la década de los 70. Le gustaba cantar rancheras. Se dejaba una patilla abundante y españolada. Digo que fue mi compadre porque hace mucho no tenemos noticias de él. Nos dijeron que murió en un accidente en alguna carretera cercana a la frontera norte.
Balderas, como era conocido entre nosotros, se caracterizaba por un habla peculiar. Difícilmente expresaba improperios aunque eso sí: montaba en enojo, más si agredían a su grey. Para correr a alguien decía “sésgate”, y para decir que uno era mal hablado decía “prosaico”. Lo emocionaba especialmente cuando en su homilía abordaba alguna idea de Theilard de Chardin, por ejemplo.
Su rasgo al compartir en grupos grandes era cantar. De los chistes era poco dado a decirlos, aunque lo hacía bien. Hay dos cuentos que recuerdo decía con mucho ánimo. He aquí uno de ellos.
“¿Cuál es el colmo de un cura?”, preguntaba con mirada seria. Tras varios intentos fallidos de su interlocutor, Balderas daba la respuesta correcta: “El colmo de un cura es tener que tiznar a su madre el Miércoles de ceniza”.
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