Para disminuir la molestia o hacer menos el esfuerzo que se requiere para averiguar cómo es una ciudad, uno puede acercarse a la manera en que se trabaja en ella, se ama y se muere. Claro, entre más diversa es la gente que la habita, aun evitándolo el esfuerzo y la molestia son mayores. Se trabaja en labores más diversificadas, se ama en más distintas formas y aunque al final se termina muriendo, las maneras de llegar a ese estado se tornan más particulares.
En el caso de un hogar (no de una casa), uno puede acercarse al baño o a la cocina. Ahí es dónde se revela el orden, la limpieza, lo propio. Es en el baño, por ejemplo, donde se hace patente la concepción de lo individual mezclado con lo colectivo. Los olores, su permanencia, los hábitos o los vicios en el baño se hacen presentes. Mientras, en la cocina, las maneras en que los miembros de ese hogar comparten o se aíslan, las maneras en que consumen o tienen impacto en el medio se manifiesta.
Un escuela se conoce, como en el caso del hogar, por sus baños. El término “sanitarios” difícilmente les queda. Es en los baños donde uno se enfrenta a los odios y rencillas, a los deseos insatisfechos, a las virulencias reprimidas. Las paredes son pantalla en que se exhiben maledicencias, insultos reprimidos al poder, al rival, al que se envidia. También en las aulas, la disposición del mobiliario revela cómo se interactúa ahí, qué se hace, quién habla y quiénes callan o viceversa.
No atino a saber cómo se conoce un templo ni un teatro, cómo se conoce un mercado o una calle, una tienda de ropa o una verdulería...
Y estos no saberes, me queda una pregunta: ¿qué visitar de una persona para indagar cómo es?
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