Autobiografía no autorizada y necesariamente inconclusa e incompleta.
(¿Hay alguna autobiografía concluída y completa?)
(¿Hay alguna autobiografía concluída y completa?)
Me llevaron a nacer a Villa Juárez, cuando todavía Xicotepec no era el nombre rimbombante del lugar. Nací en la década de las revoluciones: 1960. Aunque mi contacto con esas revoluciones fue sui generis y me debatí entre ser revolucionario y conservador. Me regresaron a Huauchinango para 1963. No fui bueno en la escuela primaria, la conjugación de verbos así como los quebrados constituyeron unos de mis dolores de cabeza más punzantes. En esa misma década incursioné en el periodismo. Junto con mis hermanos, que para ese tiempo sumaban cinco, diseñé, escribí e ilustré un periódico que vendí a mis tíos. La empresa dio a luz dos números, cada uno de tres ejemplares. No es que resultara incosteable, sino que abarcar uno sólo –casi- todas las secciones era trabajo arduo. Además, no había compradores.
También antes de que finalizara la década había dirigido una película. Fue sobre la época de las cavernas. El set estuvo constituido por un montón de arena que estaba en la azotea de la casa de mi bisabuela. Varios de los actores fueron figurillas de El Santo a los que debimos rasparles la pintura de la máscara y los calzoncillos. Para antes de que terminara ésa, mi primer década, también hice teatro. Una serie en que yo hacía dos personajes: un mesero y un comensal, un dentista y un cliente, y escenificaba el diálogo entre ambos. Asimismo hice danza flamenca y un poco de expresión corporal con la música de Tchaikovsky. En cuanto a recitar, me ponía agua en los ojos para decir “Mamá soy Paquito, no haré travesuras”, que era la única parte de la poesía que me había aprendido. Leía todo lo que cayera en mis manos, aunque muchas cosas no las entendía como el “CC Compañeros” que aparecían en algunos documentos de mi papá, el “N del T” que aparecía en una biblia de pastas de piel, o el “Nihil obstant” que aparecía en casi todos los libros de mi (bis)abuela materna. Me tocó ver la llegada del hombre a la Luna y saber, borrosa y contradictoriamente, acerca de los hippies, quienes ejercían en mí una atracción especial.
En la década de los 70 mi familia se incrementó a nueve. Yo hice la secundaria casi igual que la primaria: sin saber cómo. Mis pies habían crecido más de lo común, lo cual me atrajo y valió algunos apodos. La miopía se había hecho más notoria así como mi deficiencia dental. Los pies planos, a eso del segundo de secundaria, comenzaron a manifestarse con ciertos dolores. Y vino la prepa, y mi incursión en las ideas y las acciones continuó. Escribía, leía, actuaba y discutía casi como deporte. Por cierto, era yo pésimo para el basket ball pero lo practicaba con ahínco, brincos como cabra y muchos gritos. En la secundaria tuve un ingreso fallido y desastroso en la oratoria y una segunda participación en la que me temblaron la voz, la mano y las piernas. En la prepa volví a incursionar pero no memorablemente. Más bien me volqué hacia las palabras, preferentemente escritas, hacia la organización de grupos de teatro, de literatura, de artes plásticas y de música.
En la década de los 80 empecé la aventura –inconclusa, incierta, inexorable y llena de misterio- de ser pareja y de ser papá -en tres ocasiones lo de papá-. Terminé una licenciatura de tres que comencé. Una inconclusa en Filosofía y otra en Psicología. La que llevé a un razonable buen término fue en Pedagogía. Para esa década incursioné en el periodismo –ya no familiar ni escolar- y fui colaborador en “Cambio de la Sierra”, aunque antes lo había hecho en el plano radiofónico, en “Tiempos Modernos”. Luego inicié una maestría en Ciencias de la Computación que no concluí. En la década anterior había perdido a mi (bis)abuela. Diez y once años después, respectivamente, perdí a mis abuelos paternos. Y en el 92 a mi quinto hermano (José Manuel)Cuatro ausencias que pesan y que a veces me hacen llorar. En cuanto a trabajo, laboré en tres secundarias, dos bachilleratos y una normal.
En la década de los 90 hice una Maestría en Filosofía de la Ciencia en la UAM. Por aplicado me dieron la Medalla al Mérito Universitario. Hice teatro, escribí cuento y poesía, seguí con la música. Publicaron un texto mío en la antología de Ciencia Ficción Mexicana “Más allá de lo imaginado” y algunos otros en la revista “Umbrales”. Fui consejero del IFE, ciudadano en 1977, y electoral en 2000 y 2003. Hice investigación, básicamente combinando lógica, procesos cognitivos y educación. Presenté trabajos en congresos de investigación educativa, coloquios y encuentros de filosofía. Por uno de esos trabajos recibí (si la memoria no me falla) en 1999 un premio estatal en investigación educativa. Para entonces ya había laborado como docente en algunas universidades (algunas patito y otras serias) en licenciatura y maestría, además de dar cursos a docentes de varias partes del país. He dirigido dos tesis de licenciatura (en Psicología Educativa y en Biología) y una de maestría (Tecnología Educativa). También, estudiantes míos de bachillerato, recibieron premios en investigación documental, poesía, cuento y en concursos académicos. Terminé la década haciendo estudios en un Doctorado en Humanidades. Antes escribí un libro de filosofía que ni se ha leído ni se ha vendido ni se ha publicado comercialmente. Forma parte de la letra muerta en naturaleza muerta.
Llegó el nuevo milenio y poco después mis 40 años. En lo que va de esta década he ingresado a varias organizaciones académicas: la Asociación Filosófica Mexicana, la Asociación Mexicana de Metodología de la Ciencia e Investigación, la Federación Mexicana de Filosofía para Niños, la Academia Mexicana de Lógica y la Cátedra CTS capítulo México. He organizado un congreso nacional de metodología y un encuentro internacional de didáctica de la lógica. He obtenido varios premios (algunos durante la década anterior) con trabajos de divulgación científica con mis estudiantes y, personalmente, uno (2004). He trabajado en diseño curricular e incursionado en las nuevas tecnologías en educación. Por otra parte, desde hace más de un año colaboro en la sección cultural de “El Guardián” y, ocasionalmente, con artículos de opinión, como lo hice en el noticiero radiofónico “Tiempos Modernos” en los 80, y en esta década en “Radio Expresión”, además de haber publicado en revistas de ciencia, tecnología, filosofía o educación (Ciencia Ergo Sum de la UAEM, Ergo de la UV) entre los 90 y ese comienzo de siglo. Estoy adherido a la Década por la Educación para el Desarrollo Sustentable (posiblemente he cambiado el orden, y el “para” vaya en lugar del “por”). Y de cuando en cuando doy conferencias y talleres. Me gusta la música barroca, escucho con frecuencia música mexicana de concierto, soy relativamente asiduo al cine mexicano y a la fotografía, la literatura, el teatro. Una de mis preocupaciones centrales está en la argumentación, y otra en la relación entre Ciencia, Tecnología y Sociedad. Y otra preocupación más central se ha mantenido en la aventura misteriosa, inexorable e impredecible de ser pareja y papá.
Quimeras: recorrer la sierra norte a pie, siguiendo las veredas de antaño; publicar algunas de mis narraciones (no son cuentos, tan sólo alcanzan a ser viñetas y esbozos) en una antología personal; la creación de una finca forestal (a manera de reserva ecológica con fines educativos –no sólo escolares-), y la promoción de un grupo que trabaje por difundir la vinculación entre la ciencia, la tecnología, el arte y la sociedad.
Un deseo (publicable): ir en burro a la escuela, vestido de Don Quijote, el último día que trabaje en ella. Otro: vestir con calzón de manta, como fue la usanza de los habitantes na'uas de estos lares hace unos cincuenta años.
El caminante... un cuento maravilloso. Es una pena que no lo tengas publicado acá.
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