Domingo Savio murió el 9 de marzo de 1857. Ignoro qué tantos méritos se puedan acumular antes de los 15 años para ser candidato a figurar en una letanía. Y más me extraña porque no es el caso de Tarsicio, patrono de los monaguillos que fue mártir (con él no se cumplió la máxima que dice "si quieres que tu hijo sea un diablillo, mételo de monaguillo"). Pero eso lo dejo aparte -no soy impulsor ni fiscal en esos eclesiales y celestiales procedimientos- y hablo de mí haciéndolo de él. Domingo es un personaje que me cautivó desde que conocí una anécdota suya, cuando yo rondaba los 14 años.
Me contaron que estaba jugando cuando le preguntaron qué haría si supiera que en pocos minutos iba a morir. La respuesta de alguien religioso sería similar a éstas: "iría a orar", "buscaría donde están mis padres". A diferencia, la respuesta de Domingo fue: "seguiría jugando".
Y lo comento por eso de que cualquiera de nosotros tiene dos seguridades y solamente dos. Una es su pasado. La otra es, en el futuro, su muerte. Sin embargo el pasado es reinterpretable y cada recuerdo se reinventa, así que la única seguridad segura de todos, es decir, que tiene cualquiera, es la muerte. Pero poniéndose dominguero en cualquier día de la semana, frente a esa seguridad más vale seguir jugando y en serio.
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