Era
1930. Varios años antes y otros tantos después, muchas mujeres de Huauchinango
escondían el rostro. Sus miradas se perdían en ellas mismas, cubiertas como
estaban por un rebozo. Y para más encerraban rebozo y rostro entre paredes de
adobe y puertas de madera que estaban cubiertas de una lluvia casi eterna. En
penumbras o alumbradas con el fogón de la cocina, el candil o las velas, cuidaban
sus trenzas, sus rostros y ojos de miradas extrañas.
No
era así con todas. Había otras: mujeres que se habían despojado de trenzas, que
no guardaban su mirada ni su rostro. Tenían que lucir maquillaje, su pelo corto
y ensortijado. Ellas no cuidaban su presencia de los arribeños. Alumbraban, si podían, su
presencia con bombillas eléctricas. Se mostraban, aunque discretas, a los de fuera.
Más si eran guapos, más si lucían un buen caballo, y mucho más si eran adinerados o auguraban un
futuro cómodo.
Pero
había otras: entre tanta penumbra de adentro y neblina por fuera se habían marchitado. Entradas
en años sabían de amores pero más de desamores. Por eso cuidaban a las jóvenes
casaderas. La mujer crece y sufre. O bien casada o bien quedada. Los hombres de
ahora no son como los de antes. Ya no hay respeto ni orden. Razones sobraban para el resguardo.
Los
fuereños, entre ellos los de Zacatlán, venían y no veían. Buscaban mujeres para
mirarlas al menos tras el rebozo. No las hallaban. Las viejas, atrincheradas en refranes,
costumbres y temores, las mantenían a salvo de tentaciones, de quimeras y de los desvaríos
que el enamoramiento produce.
Cuando
partían los de Zacatlán con las pupilas vacías de mujer, el ánimo en desasosiego
e insatisfecho el deseo, echaban habladas. Eran palabras que salían rimando mientras sus monturas caracoleaban. Los cascos se oían sobre las piedras y se confundían con su voz. Entre
flores de colores de tantas matas de maravilla, como era entonces la parte suroriente
del pueblo ya nombrado ciudad, se perdían los jinetes con su manga de hule, su sombrero
y su grito.
¡Adiós
Huauchinango hermoso
rodeado
de maravillas!
¡Adiós,
muchachas bonitas!
¡Adiós,
viejas amarillas!
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