Algo me consuela -igual que cada año, desde que soy conciente de este premio-: no se cortarán más árboles para imprimir mis textos. Pero de inmediato mi consuelo se diluye: se incrementa la lectura en pantalla mientras el libro de papel va rumbo a lo innecesario. Algo más me consuela -igual que cada año, desde que leí a Pacheco en un “Inventario”-: no se ha dado un Nobel por escribir poco. Pero de inmediato mi consuelo se esfuma: Ciorán escribía poco. Mejor dicho, escribía y expresaba en breve grandes ideas. Yo, en cambio, requiero de mucha palabras para expresar certeramente una idea. Algo más podría consolarme: hay mucha, muuucha pero muuuuucha gente que escribe, y de entre ella hay muuuuucha gente que escribe muuuuuuucho mejor que yo. Tantos “muucho” deben hacer mella contra lo poco que escribo y lo medio bien (o medio mal) que lo hago.
Bueno, ¿y si lo ganara? Tal vez me da el síndrome Sartre y no lo recibo. O tal vez el síndrome Gabo y no voy de frac a la premiación y por eso no me dejan entrar -porque yo no soy el Gabo-. Pero estas ya son fantaseadas. Lo real, lo realista, la realidad, el realismo es que no le he ganado. Ni modo.
Una vez más no he obtenido el Nobel. Tal vez para la próxima (aunque mi esperanza se agota: mi “tal vez” se reduce cada vez más).
PD. Mientras, a leer a Alice Munro, Nobel de Literatura 2013.
* Escribí este texto un día después de que anunciaron el Nobel de Literatura 2013 pero lo he subido a mi bitácora días después.
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