martes, 26 de marzo de 2013

La lógica del deseo


¿Dónde quedan los deseos en la Lógica?


Deseo poco y lo poco que deseo lo deseo poco. Decía Francisco de Asís según Facundo Cabral.

Dice Víctor Gerardo en Iniciación que los deseos, cuando son susceptibles de convertirse en realidad, pierden su encanto.

Por otra parte, es vox populi el exhorto a desear. Bajo lemas que funcionan cual consignas como “querer es poder”, muchas y repetidas voces incitan a desear para lograr.

Esta aparente polaridad me lleva a preguntar si existe un momento genial, es decir, si hay un momento para lograr plenamente un deseo o para lograr un deseo plenamente.

La respuesta (la mía) es como la que formulara Pedro Abelardo: sic et non (sí y no).


¿Por qué esta contradicción? Discuto con Bruno Schulz.

Sí, cuando por genial entendemos el momento en que un deseo se convierte en realidad. Además, hay deseos cuyo contenido es, por decirlo de algún modo, tan simple, que es sencillo conseguirlos. Y si conseguirlos es “seguir con ellos”, entonces los deseos que se consiguen nos acompañan, permanecen con nosotros. Mucho de lo que hacemos es para seguir lográndolos o para alcanzarlos de una manera más plena, o mejor, para buscar la vía para lograrlos o alcanzarlos.

Pero la respuesta también es no, que no existe el momento genial. No porque hay cosas/situaciones que no pueden realizarse de manera definitiva o completa. Estas cosas/situaciones son demasiado maravillosas para tener cabida en la realidad. Tan solo hacemos intentos por lograrlas. Así ponemos a prueba la resistencia de la realidad para saber si es capaz de soportarlas. Y a veces también nos ponemos a prueba no por el hecho de alcanzarlas, sino por el hecho de buscarlas continuamente y de soportar tanto la búsqueda continua como el hecho de lograrlas. Porque si logramos el deseo, el desencanto puede venir pues la realidad no corresponden con el deseo, o que al lograrla el goce sea tan efímero que la dicha radique -con una raíz móvil- en la búsqueda. Pero hay un resquicio, a veces oculto, otras develado, de temor a perder la integridad de ese deseo en lo fallido de su realización. Y si el deseo ha perdido algo de su capital, si esas cosas/situaciones deseadas han extraviado una fracción de sí mismas en su intento de encarnación, entonces recogen celosamente sus pertenencias llamándolas de nueva cuenta para reintegrarlas en un nuevo y desconocido sitio. De esta manera dejan en nuestras biografías huecos luminosos, manchas blancas, dolorosos estigmas, esas extraviadas huellas plateadas de descalzos pies celestiales, distribuidas a grandes pasos entre nuestros días y noches -a veces más en nuestras noches, y a veces más en nuestros días en sus momentos de soledad-. Al mismo tiempo, esa plenitud de gozo crece y se complace constantemente hasta culminar sobre nosotros. Nos rebasa, su triunfo nos sobrepasa, y esto nos lleva de asombro en asombro.

No obstante, y en cierto sentido, estas cosas/situaciones deseadas caben totalmente y de modo integral en cada una de sus encarnaciones.

Así, lo que deseamos puede ser más o menos grande que su realización, que su búsqueda misma e, incluso, que su encarnación.

Y ahora recuerdo a Michael Ende, en la segunda parte de La historia sin fin. Por cada deseo que realizamos, menos margen nos queda para desear, para buscar y para conseguir la realización de otros deseos, porque su generación, búsqueda y realización consumen tiempo, nuestro tiempo.

¿Será por eso la necesidad de con-seguir ciertos deseos, deseos que por su maravillosidad son únicos o irrepetibles -diríamos que vitales-?