jueves, 15 de julio de 2010

Santo santo

Tagueda, dicen. ¿Quién es Tagueda? ¿Quién fue San Tagueda? Un recorrido rápido por el santoral no da cuenta de ella. Un estudio minucioso por las versiones más antiguas tampoco ofrece elementos para ubicarla. Solamente cuando uno atiende los sonidos, los capta por segmentos, descubre la rareza. San Tagueda no aparece entre los elegidos de la corte celestial porque Tagueda no existe. ¿Entonces? Hay quien oye expresiones dichas tan rápido, tan de corrido, que no logra separar bien las palabras. Si a eso se aúna su idea de que los santos son hombres o que la mayoría son hombres, el asunto queda claro. Hay santas y una de ellas es Águeda. Basta con decirlo bien, separando las palabras, y el nombre queda: Santa Águeda. Por cierto, a la santa hay quien la visita en busca de la diversión o la salud. Águeda, por un bochornoso empleo de la diéresis, se tergiversa y asocia con agua.

Hay quien va a visitar santos solamente para gritarles. Como La Bella que fue a Santiago de Compostela nomás a eso. Dice que no pudo hacer algo distinto, que al santo se le ve de espaldas, que no hay más por realizar. No pidió algo. Solamente gritó tres veces. Cuando le preguntaron qué había pedido ella pensó que si acaso no se va a ver a los santos solamente por verlos. ¿O siempre hay que pedirles algo? Pobres santos. De vez en cuando la gente debería ir a verlos, solo a eso, por el gusto de verlos, por el placer de sentir su presencia. Eso ya es mucho, dijo La Bella quien se negó a hacer fila para acercarse a la imagen.

Otros van a verlo por indulgencias. Dicen que el camino a Compostela, con sus posadas y sus descansos, va aportando para ganarlas. Hay quien hace el recorrido no por sí, sino por sus parientes o amigos. Pero hay otros que hacen el peregrinaje como mercenarios: ellos caminan y oran a nombre de otro, y ese otro les paga; así ambos salen ganando. ¿Pero el santo? ¿él qué gana?

Los santos, quién lo duda, duermen, descansan, sueñan, y si hacen todo eso entonces también deben ganar o perder… María Magdalena, en Xico, está recostada. Muestra su cuerpo, voluptuoso y hermoso. Así espera a los hombres que habrán de adularla llevándole vestidos –entre más lujosos, mejor- o, al menos, a los devotos que irán en procesión a visitarla. San Caralampio, en Tulancingo, espera a un lado de los mensajes hechos en la pared. Con su barba puntiaguda y los ojos extraviados –que recuerdan al santo de Cantinflas- espera que vayan más devotos a escribirle mensajes sobre cal y pintura. Ahora son pocos los que portan lápices y le escribe. Además, San Caralampio ha sido una víctima más de las telecomunicaciones pues no recibe sms.

Y en esto de ser avasallados por la modernidad, ahora hay una nueva clasificación: santos existentes y santos que no existen. Como San Jorge, a quien se aplica un modus tollendo tollens implacable que lo ha borrado del santoral con todo y su armadura y caballo: San Jorge exterminaba con su lanza a los dragones. Pero los dragones no existen. Ergo, San Jorge no existió.

Pero hay otros que forman una simbiosis especial. El santo Niño de Atocha. La confusión, falta de un conocimiento geográfico tal vez, ha provocado que hasta la fecha no quede claro si el niño fue convertido en santo o si el niño era el Niño. Porque el Niño Jesús de Santa María de Atocha es el mismo que el Santo Niño de Atocha. Y el Niño es niño aunque está ornamentado como adulto. El de Plateros es el famoso. Pero hay otro, ahora reguardado por una anciana de 85 años que vive en Huauchinango. A veces lo voy a ver. Y lo hago no por pedirle algo. Lo visito por el simple gusto de verlo. No quiero importunarlo. Descansa desde hace casi setenta años en el olvido o la ignorancia de la gente. Antes era muy solicitado. Ojos, piernas, brazos, puercos, gallinas y caballos de latón, bronce o plata dan cuenta de los múltiples milagros que hizo. Así que debió estar muy ocupado. Pero yo no, yo no voy a pedirle algo, como La Bella con Santiago.

Postscriptum. Me dicen que en Santiago no hay imagen de San Tiago, San Yago, San Diego... como se le llame.

lunes, 29 de marzo de 2010

Compartiendo


Hay quien ha escrito en la wikipedia que el verbo compartir se refiere a disfrutar en común –es decir, al menos entre dos personas-. ¿Qué se comparte? Un recurso o un espacio. Si es un recurso, el objeto de la compartición se convierte en un medio, tal vez para satisfacer una necesidad, quizá para cumplir un deseo.

Entendido en un sentido estricto, el verbo hace referencia al disfrute simultáneo o al uso alternativo de un bien finito. Y el uso es alternativo cuando no solamente yo lo disfruto, sino que hay otro, alguien más. Así, ¿tú y yo compartimos un texto?

Pero a lo anterior es necesario agregar otra pregunta: ¿es un texto un bien finito? Tal vez sí, pero no finito en el sentido que el verbo compartir contiene. Un texto se inicia y se acaba. En ese sentido tiene límites, es finito. Pero un texto podremos leerlo una y otra y otra vez, en solitario o a dos, tres, cuatro o más voces, y el texto no fenece. Puede un letrero estar a la vista de un millón de lectores al mismo tiempo, y ese texto no se acaba. Pero entonces la duda me hace zozobrar: ¿puede un texto ser compartido? ¿dónde está su finitud?

Líneas abajo, el autor o autora del artículo continúa ofreciendo otro sentido. Compartir, dice, juega un rol en la economía del don, donde lo que importa no es la ganancia de quien comparte con otro (aunque esta ganancia vaya incluida en el solo hecho de compartir). Y si se comparte en la economía del don, en la del mercado también. ¿Experimentan quienes comparten un disfrute en ambos casos? Sí, sería muy difícil pensar en que al compartir no haya una retribución. Ésta puede ser porque se ha alcanzado una meta, o porque se ha hecho la tarea para alcanzarla aunque no se haya conseguido, o porque se ha procedido en acuerdo con un principio de vida o un ideal. En cualquier caso o se cumple un deseo o se satisface una necesidad, aunque ésta sea la de darle sentido a la propia existencia mediante los actos que uno realiza.




Juzga, pues, si estas tres imágenes contienen o no actos de compartir. Y, claro, en el acto de compartir que supone escribir este texto, por el solo hecho de escribirlo, estoy experimentando un disfrute, aunque nadie, excepto yo, vaya a leerlo.

Cuatro generaciones


martes, 16 de marzo de 2010



Los sábados en Huauchinango son días propicios para las imágenes y personajes invisibles. Estampas que no se pueden hallar en otros días. Es algo de lo incontable que se perdió con la extinción del tianguis. Por eso hay que estar atento, avizorando. Uno acecha al paso, entre cada paso y zancada. A veces uno va solo. Otras veces uno va en compañía y entonces son dos los pares de ojos que ven, que atienden, que acechan, que encuentran.Los sábados en Huauchinango son días propicios para las imágenes y personajes invisibles. Estampas que no se pueden hallar en otros días. Es algo de lo incontable que se perdió con la extinción del tianguis. Por eso hay que estar atento, avizorando. Uno acecha al paso, entre cada paso y zancada. A veces uno va solo. Otras veces uno va en compañía y entonces son dos los pares de ojos que ven, que atienden, que acechan, que encuentran.


A veces uno encuentra alguien que también está buscando; que busca en el cielo, en la parte de su cuerpo que está más cercana al suelo o en ese universo desbordado que se llama papel.


lunes, 15 de marzo de 2010

No puedes

No puedes imaginar cómo me siento. No, no puedes, por más que lo intentes. Y no dudo de ti. Por ésta que no. Es que necesitarías estar en mi lugar para sentirlo. No se trata nada más de que sientas lo que yo siento. Se trata de más; de que pases por lo que yo pasé. Porque una sensación como ésta no llega de golpe y porrazo. No es… ¿cómo decirlo…? instantánea. Hay por lo menos un ratito para que te des cuenta de lo que te está pasando… ¿O no? No, más bien no, creo que no; hay a quienes les llega sin saberlo. Pero no fue así conmigo. Tuve tiempo para darme cuenta. ¿Cómo te pasará a ti? Pues quién sabe. Pero, de todos modos, quién sabe si puedas imaginarlo. Y sigo pensando que no. ¡Qué vas a poder! Y no es cuestión de ganas, lo repito. Aunque sí, a lo mejor necesitarías tener ganas. Porque se necesita tener ganas. Pero esto es algo de lo que pocos tienen ganas de tener ganas. ¿Pero será necesario? Bueno, ponle que tuvieras ganas, que dijeras “tengo ganas”. ¿Seguirías con ánimo viendo que va en serio? Yo creo que no. ¡Qué vas a animarte! Porque esto es algo serio, y es definitivo. No hay vuelta atrás. Cuando pasa, ya pasó. Sí, pasa y pasó. Nada de andar con retornos. Así que no creo ni que tengas ganas ni que te animes. ¿O sí? Digo que no... Pero, órale: vamos a suponer que tuvieras las ganas y que te animaras, aun así no podrías sentir lo que yo siento. Dicen que cada cabeza es un mundo. Puede que sí. Pero también cada piel es un mundo y cada montón de tripas es un mundo. ¿Sentirías lo que yo siento? Insisto en que no. ¡Qué vas a sentir lo que yo siento lo que sentí para llegar a esto! Porque yo siento pero gracias a algo especial. No sé porqué o de dónde vendrá que pueda sentir esto, pero yo creo que otros nada más no, no pueden sentirlo como yo. (Aunque ha de llegar un momento para todos en que sí. Ahora que lo pienso un rato, puede que sí). Pero de todos modos no creo que tú puedas sentir igual, vamos, ni siquiera que puedas imaginar lo que yo siento. Pero para que no pienses que me creo lo máximo, órale: vamos a suponer que tienes ganas, que te animas y que sientes lo que yo siento. Pues con todo y eso no va a ser igual. ¡Qué va a ser igual! ¿Me oyes? Claro. ¿Me ves? A fuerza. ¿Lo ves? Pero mírame bien. Ahora piénsalo, piénsalo. ¡Cómo canijos vas a sentirlo! ¡Cómo carajos vas a imaginarlo! Dime cómo. ¿A poco eres un fiambre como yo?

jueves, 11 de marzo de 2010


La primera película que vi de Luis Buñuel fue Los olvidados. Aunque debo aclarar que fue la primera cinta de él que vi sabiendo quién era el director. Tenía 18 años cuando asistí a la Casa de Cultura de Puebla. Fue en su cineteca donde la proyectaron. El film me impactó. Y ha sido de las influencias que perduran en mi memoria, que me hicieron comprender y sentir la vida de un modo distinto.

Pasó el tiempo y hallé la película en un paquete de tres cintas en formato VHS. Contenía: El río y la muerte, El gran calavera y, por supuesto, Los olvidados. Lo adquirí.

Mi segundo contacto con Buñuel fue también en esa década. Hubo una exposición de libros y me topé con La Gaceta, un medio de información del FCE. Entre las varias cosas que llamaron mi atención destaco dos.

Uno de los artículos discurría sobre las diferencias en las escalas de tiempo. Mediante una gráfica comparaba el tiempo del Universo y el tiempo humano. El primero se representaba por un año de 365 días. La gráfica iba recorriendo ese año y mostraba en qué mes surgía la vida, los primeros organismos pluricelulares, los primeros vertebrados… y así, para arribar a la aparición del ser humano. Éste apareció casi al finalizar el último minuto del último día del año. Así de efímeros somos, diría el Principito.

El otro era una viñeta o un recuadro. Daba cuenta de una pregunta que hicieron a Buñuel. La pregunta por sí misma era interesante, mucho, y no dejaba que el lector se fuera sin saber la respuesta. “Si por alguna situación todos los libros fueran a desaparecer y sólo pudiera conservar uno, ¿cuál elegiría?”. Una respuesta inmediata podría ser la Biblia…, pero la lista se antoja difícil, muy difícil de elaborar. La contestación de Buñuel me dejó tan intrigado como a más de otro lector: La vida maravillosa de los insectos de J. Henri Fabré.

Tiempo después, en una de esas exposiciones que organizaban en el Pasaje Zócalo-Pino Suárez, me topé con el libro. No es una edición que contenga todos los textos que Fabré escribió para reunirlos bajo ese título, pero los que contiene dan una excelente oportunidad para entender el porqué de la elección buñueleana. Hace tres años aún podía conseguirse ejemplares de la obra. Había que pagar la exorbitante cantidad de 35 pesos.

En octubre de 2008 por fin vi una parte de El perro andaluz. Fue en la exposición de Universum: ciencia y arte que se presentó en Huauchinango dentro del Festival de arte, ciencia, tecnología y desarrollo sustentable. Ver la escena en la soledad de la poca concurrida exposición fue un agasajo. Y más: entender el proceso de la imagen sugerida como recurso o elemento cinematográfico. Hizo que recordara con fruición aquella idea de que la buena literatura como el buen cine, son producto de un ejercicio de aguda introspección y observación.

Pero regreso al paquete de tres cintas VHS. Después de que junto con mis hijos y mi esposa vi El gran calavera, me fui a dormir mientras ellos se dispusieron a ver la otra película. Yo estaba entre la vigilia y el sueño cuando los cuatro exclamaron casi a coro: ¡Es Huauchinango! En efecto, sorpresas que da la vida: Buñuel estuvo en Huauchinango. Filmó una escena que dura menos de dos minutos. La película data del primer lustro de los 50. Es la introducción de la película y muestra una escena sabatina, de tianguis, cuando éste se realizaba en la plaza central. Regala imágenes ya idas, para el recuerdo o para el conocimiento. Por ejemplo, aparece la vestimenta de manta, el uso generalizado del sombrero y del cotón.

Recientemente he tenido la oportunidad de ver Nazarín. Es una película especial en varios sentidos: las actuaciones, la fotografía, la ambientación y el guión como adaptación de una novela. Este film, como muchos otros (Hamlet de Laurence Olivier, o más reciente y cercana a México Como agua para chocolate de Laura Esquivel) no presenta una disyunción en la que uno deba inclinarse por el libro demeritando la película o por ésta ya que el libro ha sido rebasado. Nazarín, el Nazarín de Buñuel, se ve y escucha tan bien como se lee el Nazarín de Benito Pérez Galdós. Valga decir que la novela recién la he comprado. Fue en un lote de libros que pusieron a la venta en la calle Matamoros. Empastado, con líneas doradas, forrado con plástico y muy bien conservado, me costó cinco pesos.

Y la cinta se enrolla. Benito Pérez Galdós fue uno de los primeros autores que me acompañaron con cierta conciencia de mi parte. Cinco años antes de cumplir los 18, cuando transitaba por la secundaria, leí Marianela.

lunes, 1 de marzo de 2010

La otra feria







La feria.

¡La feria!

La feria...

¿La feria?

¿Es la misma para todos? No: es la feria y las otras ferias.

¿Qué acapara la atención en el Huauchinango de estos días? Los juegos mecánicos, las procesiones, la alfombra de flores y aserrín, los conciertos y desconciertos... eso es la feria, ¿para todos?

Hay quien se afana por vender cacahuates. Así y sólo así tendrá para dar de comer a sus dos hijos.

Mientras, para ellos, para los otros hijos, para los hijos de otros, ¿qué es la feria?

Sí, la feria. ¡La feria! La feria... ¿La feria? Las muchas ferias.













Y acaba... y pasan los días... ¿hubo feria para todos?

sábado, 27 de febrero de 2010

Deudas insolutas, deudas insolubles

¡Qué cosas tiene la vida! El tiempo transcurre y te pasa por encima. Entre más te pasa, logras metas, cumples sueños y deseos. Pero también puedes percatarte que entre más deseos cumplas menos deseos podrás ya cumplir. Y no es que el abanico de expectativas se cierre, es el tiempo lo que te va dando para menos. Y no es que el tiempo se achique, lo que se achica es tu vida, tu tiempo; la oportunidad de cumplir deseos y lograr propósitos. ¡Qué cosas tiene la vida! Entre más deseas menos puedes desear. Incluso el acto mismo de desear te limita en el logro de otros deseos: o deseas o logras, pero no ambos actos al mismo tiempo. ¡Qué cosas tiene la vida! Y es que unos pueden soñar en cumplir deseos pero a otros se les agota la esperanza y solo pueden anhelar la satisfacción de necesidades, de pocas necesidades. Para ellos no es el tiempo lo que se achica. Lo que nació reducido es su universo de oportunidades. ¡Qué cosas tiene la vida! Unos abrigados, otros arropados y muchos más desharrapados. Unos con tiempo y paciencia, otros con menos tiempo y muchos deseos.

Pero ya me fui por otro lado. Así es esto de escribir. Tienes una idea clara de qué quieres decir y de pronto una mano mueve tu mano y unos labios se posan en los tuyos. Más bien toman su lugar. Entonces escribes algo distinto de lo que querías o hablas algo diferente de lo que pretendías decir. Sí, es de las cosas que tiene la vida. ¿Es eso el dislate? Tal vez, pero quizá sea que las palabras como los pensamientos se abren paso por sí mismos, se desenrollan, son rollos que se desenvuelven, y a veces terminas pensando lo que no pensabas pensar.

Por eso tus deudas crecen. Por ello cada vez tienes más deudas insolutas.

Murió Valentín. Con él jugué muchas veces en mi infancia, en su patio enorme lleno de aventuras, entre duraznos, los muros de adobe que habían sido un coliseo y montículos de piedra. Murió Valentín. Dejé de verlo, pero desde antes. No lo vi durante más de 20 años. Y fui a su sepelio. Vi la caja entrar en la tierra. En ella iba Valentín. No sé si lo que quedaba de él o lo que fue, pero ahí estaba. Y me sentí deudor. Una vez más. Porque las deudas se van acumulando. No me despedí de mi bisabuela, no invité a mis abuelos a los cumpleaños de mis hijos, muchas tardes los dejé esperando mi visita, muchas veces se quedó el teléfono sin sonar por una llamada mía… crecen las deudas. Y son deudas que no podré saldar.

Ayer, cuando vinieron mi mamá y mi papá a darme el abrazo, hablamos de rostros y recuerdos compartidos. Entre ellos mencionaron a Juan. Otra deuda. Juan y yo pasamos muchas horas de mi adolescencia platicando. Él tenía hermanos mayores y yo era el mayor de mis hermanos. Beto y Lalo, sus hermanos, ya trabajaban, otro estudiaba en la universidad (en el DF). Yo estaba en la secundaria (aquí en Huauchinango). Recordé, no pude evitarlo, cuántas veces anhelé preguntar por él a Lupita o a Emilio, cuántas veces me dieron ganas de platicar con él. Me imaginaba verlo de frente y decirle: “Juan, recuerdo nuestras pláticas. A tu hermano el Tiburón y al grupo de teatro que trajo de la UNAM”. Pero no, con Juan es otra deuda, una deuda más insoluta, una deuda insoluble. Como el no haber ido a la exequias de mi tío Pepe ni a las de mi tío Porfirio; ni las de mi tía Julia o de mi tía Lola.

Cuando desvelo mi memoria me doy cuenta de cuánto adeudo. Debo perdones y ser perdonado (porque pedirlo es también una deuda que tengo), debo alegrías, aclaraciones, sonrisas, silencios, cariño y muchas, muchas acciones. Adeudo justicia, adeudo respeto, adeudo atenciones. Adeudo árboles plantados, adeudo material reciclado. Adeudo. Adeudo. Adeudo.
La lista es grande. El problema, digo, es que la vida se va convirtiendo en una lista cada vez más grande de deudas, de deudas insolutas.
¡Qué cosas tiene la vida! Las deudas insolutas se convierten en deudas irresolubles, y eso por más que en atenderlas te desveles.

sábado, 20 de febrero de 2010

Sábado por la mañana.

La lluvia ha cesado (desde ayer por la mañana no ha llovido). Quise decirlo de otro modo pero no hallé cómo. Por un momento me quedé frente a la pantalla, los dedos en el teclado, la mirada sin rumbo. Los sonidos llegan: un automóvil en reversa, los neumáticos rodando por la calle pavimentada, el motor y el freno de aire de un camión; y los chiflidos del “viene, viene”, algunas risas (gente que pasa no sé a dónde, el taquero de enfrente y su mujer… ¿o la taquera de enfrente y su hombre?). Imagino las nubes de hace un momento. Aparecen de nuevo cubriendo el cielo. Son grises. El frío retorna. Y yo aquí, tratando de escribir. ¿Qué? No sé. No lo sé. Y los recuerdos se vienen. Evoco la mañana en que escribía sobre mi abuelo y mis hijos. Decía «ellos hablan porque están aprendiendo a vivir y él calla porque sabe qué es la vida». Y yo, aquí y ahora, ¿por qué escribo? Y me acuerdo de Paz diciendo «alguien mueve mi mano/escribe por mí». Y de vuelta la pregunta: ¿por qué escribo? Víctor Gerardo diría «por la irrefrenable necesidad de comunicarnos». ¿Comunicarme? ¿Con quién? ¿Acaso escribo para alguien? ¿O sólo estoy enhebrando ideas como se concatenan las cuentas de rosarios que nunca serán vendidos? Y de ésos hay muchos. Basta visitar las tiendas de tantas y tantas iglesias. Pienso tan sólo en La Villa. ¿Por qué escribo, carajo? ¿O debo preguntarme “para qué? ¿Será acaso el indetenible impulso de escribir?

martes, 16 de febrero de 2010

Miércoles de ceniza

Mi compadre Heraclio Balderas fue sacerdote. Llegó de Guanajuato a estas regiones. Fue a finales de la década de los 70. Le gustaba cantar rancheras. Se dejaba una patilla abundante y españolada. Digo que fue mi compadre porque hace mucho no tenemos noticias de él. Nos dijeron que murió en un accidente en alguna carretera cercana a la frontera norte.

Balderas, como era conocido entre nosotros, se caracterizaba por un habla peculiar. Difícilmente expresaba improperios aunque eso sí: montaba en enojo, más si agredían a su grey. Para correr a alguien decía “sésgate”, y para decir que uno era mal hablado decía “prosaico”. Lo emocionaba especialmente cuando en su homilía abordaba alguna idea de Theilard de Chardin, por ejemplo.

Su rasgo al compartir en grupos grandes era cantar. De los chistes era poco dado a decirlos, aunque lo hacía bien. Hay dos cuentos que recuerdo decía con mucho ánimo. He aquí uno de ellos.

“¿Cuál es el colmo de un cura?”, preguntaba con mirada seria. Tras varios intentos fallidos de su interlocutor, Balderas daba la respuesta correcta: “El colmo de un cura es tener que tiznar a su madre el Miércoles de ceniza”.

domingo, 14 de febrero de 2010

¿Huehues?

Epigmenio no sale de huehue. Hace mucho, cuando tenía veintitantos años, era huehue. Bailaba por las calles, desde el sábado temprano hasta el martes. ¿Del Carnaval? Epigmenio no sabía que existiera. Para Epigmenio era una época: desde el sábado antes del Miércoles de Ceniza, antes de que iniciara la Cuaresma.

Epigmenio no sale de huehue. Hace mucho que no. Antes, desde el día de La Candelaria compraba el lazo. Tenía que ser de yute. Hacía tres cordones de dos dedos de grueso. Luego los tejía en trenza. Un látigo largo, con punta delgada, así tronaba bien.

Epigmenio no sale de huehue. Hace mucho, cuando las calles eran empedrados o estaban recubiertas con chapopote, sacaba de un baúl el vestido que su hermana le había regalado. Sobre el vestido de mujer estaban las máscaras. De cartón, con olor a cola, una era la cabeza de un lobo, con peluche blanco a la altura de las sienes, la otra era un rostro de mujer.

Epigmenio no sale de huehue. Hace mucho que sí, en los tiempos que los huehues iban en grupos cuando mucho de veinte, vagaban por las calles acompañados por un dueto de huapangueros. Un violín y una guitarra que sonaban cada vez que alguien les daba una moneda. Danzaban en círculos, imitando la voz de mujer o gritando agudo. A veces llevaban un muñeco, como si fuera su hijo.

Epigmenio ya no sale de huehue. Hace mucho, cuando para salir había que hacer una promesa, él lo hizo por manda. Era asunto de fe, también de orgullo. El dinero que juntaban era para los huapangueros, para las gallinas de la descabezada. Y cuando se terminaba, el martes por la tarde, se terminaba y de ahí hasta el año siguiente.

Epigmenio no sale de huehue. Hace mucho, 35 ó 40 años atrás, él era un huehue. Ahora no sale. Dice que hoy ya no son huehues, que son carnavaleros. Los carnavaleros aceptaron salir en la feria, aunque no sea la fecha. Los carnavaleros se uniformaron, todos igualitos, como escueleros. Los carnavaleros son buenos si tienen dinero, hasta concursan. Los carnavaleros cambiaron la máscara por un trapo con hoyos para los ojos. No hacen promesa, no hay manda. Los carnavaleros se olvidaron de la guitarra y el violín, los cambiaron por un coche con sonido y luego por una banda de aire. Los carnavaleros dejaron de ser serranos y se volvieron norteños. Los carnavaleros reciben dinero de los políticos. Los carnavaleros no sabe ni porqué salen, no sabe lo que es ser huehue.

“Los carnavaleros salen de huehues pero no son huehues. Por eso”, dice Epigmenio, “por eso no salgo de huehue… porque yo sí soy huehue”.

viernes, 5 de febrero de 2010

CentenarioS


El centenario.
Víctor Florencio (28) y Manuel (72)


Otro centenario = El bicentenario (a finales de febrero)
Arturo Josué (24), Víctor Florencio (50) y Manuel Alejandro (26)

El tricentenario

En mayo.

miércoles, 27 de enero de 2010

Amo los pájaros perdidos, que vuelan desde...

Hoy en la mañana hablé por teléfono a casa de mis tíos abuelos maternos. Lola tiene 84 años y ya no ve a causa del glaucoma. Vive con Julio, su hermano, quien en mayo cumplirá los 99. De los once hermanos que fueron solo quedan tres. Aparte de ellos está Guillermo, cercano a los 80. El último hermano en morir fue Juan, que era el más chico. De eso tiene dos años. Antes de él murieron Maga y Lupe, en ese orden.

Fue Julio quien me contestó. “Bueno. ¿Quién habla?”. “Tu sobrino Florencio”. “Ah, ¿en qué puedo servirle?”. ("No me ha reconocido") “Tío, ¿me comunicas con tu hermana?”. “¿Con cuál de ellas?”. Callé un instante. ("¿Oí bien?"). “Con mi tía Lola”. “Cómo no, permítame”. Escuché cómo la llamaba: “Lola, te hablan”.


Hace un momento, como a las siete de la noche, pasé por el taller de mi tío Bernabé. El 14 de febrero cumplirá 84 años. Es el hermano mayor de mi papá, quien es el menor de los ocho que fueron. Viven seis. Mi padre, cumple 72 el sábado 30 de enero. Ambos son hijos de Bernabé. Mi abuelo murió en 1989, como de 94 años. Sus restos están aquí, en las criptas de la parroquia.

Pasé caminando frente al taller. Vi a mi tío y a mis primos. Levanté la mano y dije: “Buena noche… ¡Don Berna!” saludé y seguí de frente. Cinco o seis pasos adelante me detuve. Regresé a saludarlo frente a frente. Iba en retroceso cuando salió a la calle. Me buscó con la mirada. Ya junto a él, me dijo: “¿Y tu abuelo?”. Me sorprendí. Le pregunté: “¿Mi abuelo?”. El ruido de los automotores así como su voz baja y cavernosa me hicieron dudar. ¿Había escuchado bien? “Sí, tu abuelo. Me dijo tu papá que lo iba a llevar a ... (no entendí)”. Lo tomé del codo y lo conduje a donde estaba uno de sus hijos. “Oye, Miguel, tu papá me pregunta por mi abuelito”. “Sí -dijo mi tío-, tu papá lo llevó a ... (no entendí) y no han regresado. Ya estoy con la tentación”. Miré a sus hijos (el mayor se había acercado). Mi tío se dirigió a mí de nuevo. “Me dijo Manuel que el domingo llevó a mi papá a la iglesia, pero que estaba afuera esperándolo. ¿Está aquí tu abuelo?”.

lunes, 18 de enero de 2010

¿Qué tal?

¿Qué tal Victor?

Sí tal… aunque la pregunta no me suena. ¿Me preguntas a mí qué tal? Yo me pregunto, ¿qué tal qué? ¿O estás preguntándole a alguien (llamémosle “v” para que sea una variable cercana fonéticamente con el inicio de “Víctor”) acerca de Víctor? Por si es la primera opción, que es la única que podría responder… No, pensándolo bien de igual manera puedo responder la segunda poniéndome en el lugar de otra persona y contestando de mí como si no fuera yo.

¿Qué haces últimamente?

Como se dice en una derivación del ná’uatl: un titipuchal de cosas. La más próxima y la más impresionante ha sido arreglar mi biblio-hemero-copi-madreteca. No me gustaba la distribución de dos libreros y cómo se veía otro. La gripe no me daba para salir y sentir el Sol frioso o el frío soleado de ayer (y hoy), de modo que me decidí a cambiarle look a mi cubil-madriguera-templo-refugio-taller-mundo-escritorio. ¡Qué de cosas! Los libros de mis hijos de la primaria, lo que ellos leyeron y rayaron y escribieron… vi de todo, de lo empastado con nombre y grupo hasta lo que ha permanecido no obstante el tipo de uso y de trato que le dieron. Pasé por sus libros y trabajos de la secundaria y del bachillerato. Ordené las tesis, tanto de ellos como de otros que me las han regalado y otros más a quienes he asesorado. Clasifiqué textos, los que están físicamente ordenables: un estante para filosofía y psicología. Especialmente un apartado para lógica y argumentación, otro para filosofía de la ciencia, otro más para historia de la filosofía; en una parte quedaron únicamente de Editorial Alianza. Otro ha sido para divulgación de la ciencia y la tecnología y otro más para historia del mundo (no sé porqué le llaman “universal”, ¿será mucha pretensión o un resabio de la mirada antropocéntrica de los medio ciegos humanos?). No podía terminar una sección y pasarme a la otra. Aunque anteriormente los tenía organizados y así los bajé, en el momento de subirlos tuve que reordenar y reconsiderar espacios, ubicación. Hay un espacio donde conservo los libros que compré en la prepa, de la colección “Sepan cuántos…”. Junto a ellos quedaron unos textos que me obsequiaron de la UPN-El caballito en 1988. En el apartado inferior hubo espacio para los libros que me regalaron cuando salí de la prepa: una historia del mundo antiguo de José Luis Martínez, los volúmenes sobre economía e historia de la economía, y un texto de Humboldt, y junto con estos obsequios varios de historia de México. No son textos generales, sino de la Cristiada, por ejemplo. El anaquel inferior siguiente quedó consagrado a Jean Piaget, que es parte de lo que queda de mi tesis de maestría. Fue una sensación curiosa recordar mi evolución: a mediados de la maestría me volví un piagetano convencido, pero a la mitad de mi tesis y más al finalizar, ya era más crítico de él que un convencido y andada por otros lares. Pero debo reconocer que el biólogo suizo me sirvió de plataforma tanto conceptualmente como en las habilidades que desarrollas al hacer un trabajo de esa índole. Pero regreso a mi multiteca, en el espacio superior de ese librero quedaron tesis (de las mías solamente conservo de licenciatura; la de maestría no sé dónde quedó pero se puede consultar en línea), una reedición de las lecturas clásicas para niños que publicó la SEP de Vasconcelos. Fue regresar a esas noches en que iba al cuarto de mis hijos y leía una narración, un poema para ellos. Después el beso de buena noche. Si con eso no conciliaban el sueño, se desataba una plática en torno a lo que habían escuchado o a la lectura “del otro día” o al chisme en boga. Junto a las tesis están los empastados de primer grado de cada hijo. En la parte inferior de ese librero quedaron los diccionarios: inglés, francés, ná’uatl, cocina, biomedicina, ciencias cognitivas, lingüística, retórica y poética. Ya con eso estaba medio ordenado el primer par de libreros. En el interín, Manuel Alejandro me auxilió en el reacomodo de los muebles. Los dos que acabo de describir quedaron a lo que ahora es mi izquierda. A la derecha quedó uno con la parte inferior para revistas (pero no caben, necesito más espacio), en el siguiente espacio están los libros de texto de mis hijos. Luego hay una revoltura ordenada de pedagogía, administración y literatura. Arriba, y para deleite de Rocío que gusta de la simetría y el orden, quedó la colección de Bruguera, en sus tomos empastados en café. Esa parte, debo decir, es como para que vengan a filmarme y quede atrás de mí, porque los demás son una mezcla heterogénea de colores y tamaños. Todos excepto el librero pequeño que también tiene libros empastados en café y verde, en el que hay algunos originales de los que editó Vasconcelos, varios libros antiguos, algunos adornos en metal y piedra. Entre ellos destacan el Quijote en su edición conmemorativa y dos figuras de él, una en metal y otra en madera (que luego he cambiado de lugar). Ésta segunda es una copia del dibujo de Picasso. En el cuarto espacio de este librero quedaron textos sobre historia regional de varios sitios, aunque predomina Huauchinango, Pahuatlán y la Huaxteca, además de algunos textos en que aparecen escritos míos. Hacia arriba sigue el espacio homogéneo. Y los dos espacios superiores, aún sin concluir, contendrán literatura y textos sobre arte (oh, acabo de darme cuenta de que debo mover algunos textos que se encuentran donde están las tesis). Los dos libreros que están a mis espaldas siguen sin tocarse. En ellos hay literatura, educación, textos sobre estudios sociales y una sección destinada a CTS. Ahí falta por llenar los espacios que quedaron por el movimiento de revistas.

Pero esto no concluye ahí. Para mover dos libreros tuve que extraer engargolados y paquetes en folder que debí depurar. Ahí encontré textos que consulté para la maestría, artículos, que me han obsequiado, que he llevado en cursos. Fue hacer un recorrido por parte de mi historia personal. Aunque en cierto momento me pregunté: ¿para qué guardo esto? ¿Quién lo leerá? ¿Me dará al vida para hacerlo? ¿Me alcanzará la vida para ello? (Algún material ha ido a un mejor destino: el reciclado). Ah, y en casi todo el recorrido me acompañaron Villazón, Bach, Vivaldi y otros.

Me aguardan tres cajas con material que ordenar. Atrás está los discos compactos a la espera de ser clasificados. Mi colección de tecolotes se mudó de mi siniestra a mi diestra pero aguardan otros objetos para ser reubicados o sacudidos. En el cuartito de atrás, que por ahora es una bodegua, han quedado las imágenes del Nacimiento y los adornos navideños y de la feria, más algunos reproductores de discos compatos. Falta por hacer pares con los calcetines y seleccionar los que todavía tiene compañero, resorte o no tienen agujero. Seleccioné algunos cuentos que fui hallando, lo hice para escanearlos y para mis estudiantes. Son cuentos de autores que no conozco pero también textos de exalumnos (entre ellos destacan ejemplares de Praxis, la revista que editábamos en 1990). Hallé dos o tres copias que me interesa leer de urgencia: un artículo de Morado y Beuchot, dos de Ginzburg… aunque está a la espera El viajero del siglo de Newman y los dos textos de Dyson (padre e hija). Eso sin hablar de los electrónicos (hay uno nuevo de CTS y educación). Ya tengo también listos los materiales que llevaré al Conservatorio, a la biblioteca del Centro de Maestros o a la Municipal y a la del CBTis.
Acabo de recordar que necesito trasplantar un durazno que está creciendo entre magueyes, en una maceta redonda. Y escribo qu eso hago últimamente.

viernes, 15 de enero de 2010

Ensimismamiento, frío y neblina

Pues los fríos son hermosos, al menos los fríos con neblina: me hacen retornar al Huauchinango de mi infancia y juventud. Me hacen recordar, me hacen recuperar detalles, imágenes que a veces parecen extraviadas y que de pronto se plantan frente a uno. Aunque también me llevan a pensar en quienes no tienen lo suficiente para guarecerse del frío, para soportarlo, en la leña que se consume, en el carbón en los braseros, en las familias acurrucadas dentro de casas con rendijas entre tabla y tabla por los que se cuela el frío.

Este enero ha sido contrastante en muchos sentidos. Ha ido de lo bello a lo melancólico, de la esperanza a un sentimiento de derrota. Pero antes de concluir el año fui al Salto de la Morena. Es una cascada imponente. El camino para llegar es accidentado. Un reto por el frío y lo resbaladizo del terreno. Había estado antes, pero no me había tocado tanta humedad y el camino intacto de algún modo. Luego fue el regreso. Caminamos por sitios increíbles o impensados cuando uno transita por la carretera. A menos de 100 metros de ella y parecía otro mundo: espinas, vegetación, la capa de hojas y raíces, el arroyuelo. Quedó pendiente, por el frío y por el tráfico, la caminata a Huilacapixtla, al Zempoala y a Los Ermitaños. Espero que 2010 se alargue y alcance para hacerlo. También estuve un buen rato con mis papás y mis hermanos. Hablamos de muchas, muchas cosas, pensamos en otras más. Esta vez no hubo canciones, no hubo guitarra. Ahora que lo pienso me doy cuenta que fue extraño.

Pero también, de una forma extraña y coincidente, he asistido a varios rezos de difuntos. En cada uno los recuerdos llegan. Don Julio y las muchas veces que hizo fundas, mochilas y zapatos. Se fue rápido, como sin explicaciones. Fui al novenario, entre frío, neblina, con un grupo de hombres jóvenes charlando afuera, mientras tomaban alcohol y café, y los rezos adentro, aguardando la hora para levantar la cruz. Eso en El Ocotal. También fue el velorio de la hermana de Lupita. No la conocí pero al llegar a su casa hallé exalumnos y amigos. Luego fue la mamá de Dalia. No la traté, pero la recuerdo mitad afuera de su casa mitad en el pasillo, cerca de la estación de radio, viendo para la calle, y atrás el pasillo, y más atrás la barranca con su verdor. Y luego fue Don José Luis, el esposo de Joaquina. Y recordé a Pepe y su adolescencia, la infancia de mis hermanos, la chispa del ingeniero para inventar chistes, para componer canciones de parodia, para jugar lucha libre como El Bigote Asesino. Y estando en la iglesia me entero de José Chéquer, de cómo hallé un cheque que él extravió y se lo regresaron mis papás. Lo recordé con su calma, recorriendo las calles del Huauchinango de mi infancia llevando su portafolio. Y en torno a él, los descendientes de los libaneses que llegaron a Huauchinango a principios del siglo XX se han dado cita en las misas de 7 de la noche. Y ahí escuché que Raymundo Ávila también ha muerto. Y con él vienen las imágenes de La Cima, el frío, el café en la mañana, el León Viejo haciendo gracejadas, yo chapeando en la ladera, descopando árboles, y luego cerca de Tula, en la fuga de la tubería de 24 pulgadas. Y veo a Manuel, su hijo, y se hacen presentes los lobatos.
Ha sido un periodo de ensimismamiento, sí. He podido saltar de una lectura a otra. He saltado de pensar en un texto a pensar en otro, a repensar en filosofía, en la argumentación, en el diálogo crítico, en las maneras de compartirlo. ¿Esto me llena de método? No lo sé, no sé de qué. Me llama la atención pensar que me llena de método pero podría ser que sí. Al menos me ayuda para ver el mundo, para verme y para vernos con un poco de entendimiento, con un poco de respuestas al por qué, al para qué... Y ese ensimismamiento me ha permitido retomar la escritura que brota de lo que uno quiere escribir, de esa escritura que brota cuando uno se deja llevar por el solo hecho de escribir. Y en esto sigo.
Y sí, de repente la felicidad se hace presente (no, exagero: soy feliz, muy feliz, no se trata de que se valga o no ser feliz, como si fuera algo esporádico o accidental; no, soy feliz aunque eso no me quita, en ocasiones, el ensimismamiento pensando en cómo hacer para tener un mundo mejor, en estos tiempos que me ha tocado vivir.
Comparto con muchos y muchas un mundo lleno de problemas, un mundo que es producto de la irresponsabilidad y de la ignorancia de las generaciones pasadas, de la irresponsabilidad por ignorar lo que se debe en las generaciones pasadas y presentes, de la ignorancia que nos hace imposible responsabilizarnos. En los primeros momentos del lunes, cuando escuché los resúmenes de algunas columnas, la desesperanza hizo presa de mí. Sí, formo parte de un país dolido y maltrecho. ¿Es todo? No, me anima la seguridad de que hay otros, muchos otros, que están dispuestos y se empeñan y proponen y sonríen y cantan con esperanzas en que esto, esto en lo que vivimos, podrá ser otro “esto”, podrá ser mejor. Y el frío me cubre. Lo siento en las manos, en la nariz (la he tenido húmeda y fría), en los pies. ¿Parece que quiere acabar conmigo? No. El frío me preserva, digo, aunque se congelen mis ideas. Pero eso no quita ni un grado centígrado, ni un grado farenheit la posibilidad de vivir a conciencia, con conciencia, mi felicidad, que es una felicidad compartida.

viernes, 8 de enero de 2010

nextikatliltik xoloitscuintli

¿Diferentes pero iguales? ¿iguales pero diferentes? ¿En qué está la diferencia, cómo es que somos iguales? ¿Cuándo aparece el "ellos" y cuándo el "nosotros"? ¿Cómo pasar del "ellos" al "nosotros" y seguir siendo diferentes? ¿Cómo pervivir, de qué manera persistir?

AÑO INTERNACIONAL DE LA DIVERSIDAD BIOLÓGICA
¿Dónde podemos estar? Donde podemos estar.
AÑO INTERNACIONAL DEL ACERCAMIENTO ENTRE CULTURAS

miércoles, 6 de enero de 2010

En Día de Reyes

Con ánimo de escribir, animado a escribir por esta vez, a/para ti: a escribir-te.

¿Soliloquio es lo mismo que monólogo? No: puedo estar solo, hablar solo y, sin embargo, entablar un diálogo conmigo. En el diálogo -crítico- hay un cambio. Quienes hemos dialogado no podemos seguir creyendo o sosteniendo lo mismo que sosteníamos o creíamos de entrada. Ambos dialogantes debemos haber cambiado en algo.
¿Será posible dialogar cuando no hay otro –físicamente- con quien hablar? Sí: puedo criticar mis pensamientos, entablar un soliloquio a dos voces, encarnando a dos sujetos. Eso es diferente a un monólogo a dos voces o a un monólogo a coro.

¿Qué hago en los soliloquios, sean diálogos o no? Pienso, te pienso, me pienso, pienso en ellos, los pienso, pienso en nos. Y tú, y él y ella (que son ellos), también piensan soliloquialmente en mí. ¿Te das cuenta? Nos pensamos. ¿Es reciprocidad, coincidencia u ocurrencia? A veces es reciprocidad (como si fuera una obligación, un compromiso, una responsabilidad), otras es una coincidencia en que “nos ponemos a pensar” (¿”Zeitgeist” dirían los alemanes?) y otras, muchas otras, es una ocurrencia: simplemente pensamos unos en otros sin que haya conexión alguna en este hecho de pensar -excepto, reitero, en que nos pensamos-.

¿Por dónde andamos? ¿Por dónde andas? ¿Son nuestros pasos al mismo ritmo? ¿Se orientan hacia el mismo destino? ¿Los paisajes por los que transitamos son imágenes compartidas? ¿Caminaremos, tarde o temprano, por las mismas sendas? ¿Y por qué las preguntas, por qué esas preguntas? Será que buscamos la coincidencia en el espacio para que esto mitigue las no-coincidencias en el tiempo? ¿Tendrá caso vivir en el mismo tiempo y no encontrarse? No, por eso la frase que he tomado y reconstruido de Rayuela de Cortázar: “porque andamos sin buscarnos pero sabiendo que andamos para encontrarnos”.

¿Y mis planes? He querido escribirlos porque varios de ellos necesitan de ti, de él, de ella, de ellos, de nosotros para poder deambular del plan a la construcción. Mis planes no son diez (¿número que atrae a los seres humanos por tener diez dedos?). No son dos (como Ometeotl), no son tres (como los García, las carabelas, las diosas de Paris, la S Trinidad, las virtudes teologales, los mosqueteros). No son siete ni siete veces 7, ni 70 veces 7. No son el 69 de los encuentros o el 96 de los desencuentros o posteriores a los 69. No son 666 planes ni 13. No son cincuenta pero sí sin-cuenta. Confieso, pues: no los he contado. Cuando termine de escribirlos sabré cuántos son. Pero sólo entonces, aunque es factible que para ese momento haya más o ya sean menos. Pero lo que sí puedo afirmar es que anhelo que mis planes sean como la pintura del cangrejo que trazó Chuang Tzu.

El primero de mis proyectos, que ahora está siendo inyecto, es escribir, continuar escribiendo. En un soliloquio o en una locución-acompañamiento, tratando de que sea un diálogo aunque a veces será un monólogo, en el que lo reinante sea el solo hecho de paladear las palabras, de acariciarlas, y entonces escribir-hablar en voz alta-baja, en silencios o a gritos para nadie en especial, para mí, o lo haré para ti, para él, para ella, para todos –y en ellos estamos nosotros-.
¿Recordaré lo que escribo? ¿Recuerdo lo que escribo? ¿Imagino lo que generan, lo que producen mis escritos? El recuerdo permanece. El recuerdo se transforma. ¿En qué? En dolor, en sueño, en quimera, en deseo, en cuita, en alegría, en perspectiva, y regresa a ser recuerdo. Así, recuerdo que recordamos. Aunque prefiero decir que a pesar de todo, pienso en ti -en él y ella, en nosotros- y te pienso cuando me pienso.

martes, 5 de enero de 2010

A cerca mientos

Lo que fue. Recuentos.


Cada año es especial aunque a veces haya acontecimientos que lo marquen de manera especial. 2009 tuvo lo suyo, desde grandes acontecimientos hasta ínfimos detalles. Hubo encuentros y desencuentros, encuentros que fueron desencuentros, aproximaciones y distanciamientos, cercanías y lejanías. Pero voy a lo que viene, lo que está en el mar de las posibilidades. Recuerdo la frase que he repetido en varias ocasiones: no em interesa lo que haya sido antes (sí me interesa, pero ya pasó), sino lo que será de ahora en adelante.

Lo que es y será.


Posibilidades de dialogar para construir. O mejor, posibilidades de dialogar críticamente para construir.

Más festejos: varios “un año”, otros “un año más”, reencontrarnos, encontrarnos, explorar y descubrir juntos, construir juntos… empeñar sueños y afanes en hacer un mundo mejor, en lograr que las generaciones actuales sean mejores de lo que mi generación fue.

Para saber qué con el Año internacional de acercamientos entre culturas: http://portal.unesco.org/culture/es/ev.php-URL_ID=39761&URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

sábado, 2 de enero de 2010

¿Por qué no?

David Borja (a quien apodaban "El coffee" por pequeño y moreno) funcionó durante un tiempo como mi director espiritual. Tal vez no fue muy director -no me dirijía- y, en el sentido popular del término, resultaba poco espiritual -era dado a expresiones prosaicas-. Sin embargo, David cumplió el papel de refugio, acicate, catalizador, inspiración y generador. Me permitió entender muchas cosas de la vida aunque propició que me enredara con muchas otras más. Tiempo después Arturo Jaime cumplió ese papel. Aunque él lo hizo con mayor mesura y ecuanimidad. Arturo fue el primero que me ayudó a percatarme de un proceso metacognitivo y metodológico. Fue una mañana que pasamos hablando de mí, de qué hacía y por qué o para qué lo hacía. Y se abrieron horizontes. Ambos, David y Arturo, me ayudaron a ver de una manera distinta el rótulo que algunos otros me habían puesto: inmaduro. Fue algo como una terapia... ¿o fue profilaxis? Años después conocí a Mosqueta y luego, leyendo a no sé quién, vi de manera más clara que eso de la madurez e inmadurez no es sino una ficción dañina y, en el mejor de los casos, una expresión inapropiada. Al menos así fue en mi caso. Con mi pubertad-adolescencia-juventud a cuestas no era inmaduro, quizá era un preparatoriano que se pasaba de ocurrente, tal vez tenía fantasías poco comunes y menos compartidas, o mejor dicho era predeciblemente impredecible: de mí se podían esperar acciones poco habituales. Si quieren lo digo de otra manera: mis acciones eran peculiares, singulares, alocadas.

¿Pero a qué bien todo esto? La verdad es que no pretendía hablar de mí, al menos no en esos términos. Pretendía hablar de David porque él ha sido para mí una referencia cuando hablo de tiempo para pensar. David era un cura especial. Le tocó ser párroco en la sierra cuando los recorridos debían hacerse a caballo, cuando para llegar a muchas parroquias el medio más eficaz era la avioneta y el más tardado y extenuante era a pie. Cuando fui con Flavio y Armando a visitarlo a San Lorenzo Axiotepec, el Coffee ahí estaba, en un lugar sin energía eléctrica, con hablantes de ñañú. Veía el único televisor del pueblo y escuchaba discos de concierto alimentando sus aparatos con un acumulador para automóviles. En cuanto a su actividad pastoral, no obstante su visión crítica y social, se había reducido a una mera administración de sacramentos. Además de esa pequeña estancia y de nuestras pláticas ocasionales en Tulancingo, convivimos en Huehuetla, cuando fue a auxiliar a Genaro, y en el camino a Cuaxtla. Fue en ese recorrido que mencionó males que aquejaban al clero local. También habló de lo que haría -si pudiera- para mejorar las cosas. Sin que yo se lo preguntara (porque era dado a extensos monólogos que parecían diálogos), explicó que pensaba todo eso porque tenía una excelente oportunidad: el recorrido entre pueblo y pueblo, entre ranchería y ranchería, a lomo da caballo, le daban la oportunidad de pensar. "Y no creas que voy lento como Ernesto Hernández... él hasta atril le puso a la silla de montar".

Esta casi confesión autobiográfica me remite a pensar en mi papá. Chofer durante muchos años, le tocó conducir autobuses para traslado de personal, camionetas con equipo para reparación. En muchas ocasiones fue el chofer de jefes. Y cuando pienso en sus recorridos, algo me intriga: ¿qué pensaba en todo ese tiempo de traslado o en los momentos de espera? Supongo que cuando no había elementos de charla o cuando no iba cantando las canciones de El fonógrafo, a mi papá le daba por ponerse a pensar. Esta es otra razón por la que me llama la atención esas ideas de “tiempo para pensar” o "ponerse a pensar".

Tenía ocho años (creo) cuando compré mi primer libro. Fue mediante el servicio postal. Mi afición a recorrer los estantes de las librerías se desarrollaría años después. De ese libro recuerdo muchos detalles (lo conservo), pero uno que ha perdurado con fuerza es el artículo que se refería a un experimento en que varios estudiantes universitarios habían sido contratados para hacer nada. Es común que a la pregunta de “qué haces”, la respuesta sea “nada” y luego a ese “nada” se agregue un: “aquí, pasándola” o “haciendo esto o aquello”. Lo interesante del asunto es que la persona interrogada no está haciendo nada (aunque diga que está haciendo nada), sino que en realidad está haciendo algo. Esto me llevó a pensar si es posible dejar de pensar. Y desde que se me ocurrió la idea, he recopilado suficientes reflexiones como para tener serias sospechas de que cuando uno decide dejar de pensar, para lograrlo -si es que puede- y para continuar en esa empresa -si es que uno lo ha logrado- lo que uno está haciendo es pensar... uno está pensando. Pero pensar no es algo lineal. A veces el pensamiento sigue los deseos del pensante y éste piensa lo que quiere pensar. Pero otras veces, muchas, hay ideas que dan vueltas y vueltas sin que el pensador sea lo suficientemente eficaz para ahuyentarlas. El asunto, a fin de cuentas, es que es difícil dejar de pensar. Pero pensar es diferente de ponerse a pensar. Pensar se da, ocurre… en cambio, ponerse a pensar implica intención, control, ejercicio. Incluso puede llegar a ser una disciplina, un arte.

Durante los últimos cinco años he tenido la oportunidad de tratar con mucha gente, en muy distintos lugares y en muchas ocasiones en situaciones escabrosas o, al menos, difíciles. Y con esas personas, en esos sitios y en esas circunstancias, dadas las tareas a desempeñar, he debido ponerme a pensar o he tenido que hacerlo. Así, en esto de ponerme a pensar he transitado del pensamiento que ocurre al pensamiento intencional y de ahí a la disciplina -y desearía que también al arte-. Y así, en esto de transitar por la disciplina -o el arte-, las preguntas han jugado un papel fundamental. Cuando pienso en preguntar y trato de pensar de una manera especial, recupero ideas de Arana, Popper, Bachelard y de mi amigo Ariel Campirán. Así que me pongo a jugar con la preguntas. En eso de estar jugando a veces recuerdo aquel poema de Paz donde habla de las palabras y hago lo que él dice: me pongo a manipular preguntas, a cambiar su orden, a modificar sus componentes, las hago chillar, reír, insisto con ellas hasta arrancarles un bostezo, las seduzco, las acaricio o las torturo… tal vez no logre hacer todo eso pero lo intento. Y en mis ires y venires, y en mi contacto con las preguntas y comentarios de otros, hago y rehago preguntas.
En esto de jugar con las preguntas, una de las últimas estrategias que aprendí y estoy en un ejercicio de valoración, ha sido preguntarme "por qué no". Fue Carlos Bosch a quien se lo oí decir. Él la sugirió (yo no sabía que él era Bosch, así que no influyó la persona que dijo la pregunta sino lo cautivante de la pregunta… cuando me enteré que él era Bosch fue porque cité un artículo diciendo que era de Bosch y él dijo “yo soy Bosch”). La pregunta fue: ¿por qué no hay ratones en el Polo Norte? Pero esa pregunta puedo combinarla con lo social, cuando pienso en los demás, recurro a J. F Kennedy y me pongo a pensar en cosas que nunca han sido y digo "¿por qué no?".
Así que por hoy me asgo a la pregunta de Bosch, hago con ella lo que proclama Paz con las palabras, las valora desde la perspectiva de Ariel y los demás, la reoriento al estilo Kennedy, y en esos tiempos para pensar que ofrecen los tramos de recorrido, los silencios, las soledades, la necesidad de indagar qué piensan los demás y por qué, pregunto y me pregunto por qué no.