lunes, 29 de marzo de 2010

Compartiendo


Hay quien ha escrito en la wikipedia que el verbo compartir se refiere a disfrutar en común –es decir, al menos entre dos personas-. ¿Qué se comparte? Un recurso o un espacio. Si es un recurso, el objeto de la compartición se convierte en un medio, tal vez para satisfacer una necesidad, quizá para cumplir un deseo.

Entendido en un sentido estricto, el verbo hace referencia al disfrute simultáneo o al uso alternativo de un bien finito. Y el uso es alternativo cuando no solamente yo lo disfruto, sino que hay otro, alguien más. Así, ¿tú y yo compartimos un texto?

Pero a lo anterior es necesario agregar otra pregunta: ¿es un texto un bien finito? Tal vez sí, pero no finito en el sentido que el verbo compartir contiene. Un texto se inicia y se acaba. En ese sentido tiene límites, es finito. Pero un texto podremos leerlo una y otra y otra vez, en solitario o a dos, tres, cuatro o más voces, y el texto no fenece. Puede un letrero estar a la vista de un millón de lectores al mismo tiempo, y ese texto no se acaba. Pero entonces la duda me hace zozobrar: ¿puede un texto ser compartido? ¿dónde está su finitud?

Líneas abajo, el autor o autora del artículo continúa ofreciendo otro sentido. Compartir, dice, juega un rol en la economía del don, donde lo que importa no es la ganancia de quien comparte con otro (aunque esta ganancia vaya incluida en el solo hecho de compartir). Y si se comparte en la economía del don, en la del mercado también. ¿Experimentan quienes comparten un disfrute en ambos casos? Sí, sería muy difícil pensar en que al compartir no haya una retribución. Ésta puede ser porque se ha alcanzado una meta, o porque se ha hecho la tarea para alcanzarla aunque no se haya conseguido, o porque se ha procedido en acuerdo con un principio de vida o un ideal. En cualquier caso o se cumple un deseo o se satisface una necesidad, aunque ésta sea la de darle sentido a la propia existencia mediante los actos que uno realiza.




Juzga, pues, si estas tres imágenes contienen o no actos de compartir. Y, claro, en el acto de compartir que supone escribir este texto, por el solo hecho de escribirlo, estoy experimentando un disfrute, aunque nadie, excepto yo, vaya a leerlo.

Cuatro generaciones


martes, 16 de marzo de 2010



Los sábados en Huauchinango son días propicios para las imágenes y personajes invisibles. Estampas que no se pueden hallar en otros días. Es algo de lo incontable que se perdió con la extinción del tianguis. Por eso hay que estar atento, avizorando. Uno acecha al paso, entre cada paso y zancada. A veces uno va solo. Otras veces uno va en compañía y entonces son dos los pares de ojos que ven, que atienden, que acechan, que encuentran.Los sábados en Huauchinango son días propicios para las imágenes y personajes invisibles. Estampas que no se pueden hallar en otros días. Es algo de lo incontable que se perdió con la extinción del tianguis. Por eso hay que estar atento, avizorando. Uno acecha al paso, entre cada paso y zancada. A veces uno va solo. Otras veces uno va en compañía y entonces son dos los pares de ojos que ven, que atienden, que acechan, que encuentran.


A veces uno encuentra alguien que también está buscando; que busca en el cielo, en la parte de su cuerpo que está más cercana al suelo o en ese universo desbordado que se llama papel.


lunes, 15 de marzo de 2010

No puedes

No puedes imaginar cómo me siento. No, no puedes, por más que lo intentes. Y no dudo de ti. Por ésta que no. Es que necesitarías estar en mi lugar para sentirlo. No se trata nada más de que sientas lo que yo siento. Se trata de más; de que pases por lo que yo pasé. Porque una sensación como ésta no llega de golpe y porrazo. No es… ¿cómo decirlo…? instantánea. Hay por lo menos un ratito para que te des cuenta de lo que te está pasando… ¿O no? No, más bien no, creo que no; hay a quienes les llega sin saberlo. Pero no fue así conmigo. Tuve tiempo para darme cuenta. ¿Cómo te pasará a ti? Pues quién sabe. Pero, de todos modos, quién sabe si puedas imaginarlo. Y sigo pensando que no. ¡Qué vas a poder! Y no es cuestión de ganas, lo repito. Aunque sí, a lo mejor necesitarías tener ganas. Porque se necesita tener ganas. Pero esto es algo de lo que pocos tienen ganas de tener ganas. ¿Pero será necesario? Bueno, ponle que tuvieras ganas, que dijeras “tengo ganas”. ¿Seguirías con ánimo viendo que va en serio? Yo creo que no. ¡Qué vas a animarte! Porque esto es algo serio, y es definitivo. No hay vuelta atrás. Cuando pasa, ya pasó. Sí, pasa y pasó. Nada de andar con retornos. Así que no creo ni que tengas ganas ni que te animes. ¿O sí? Digo que no... Pero, órale: vamos a suponer que tuvieras las ganas y que te animaras, aun así no podrías sentir lo que yo siento. Dicen que cada cabeza es un mundo. Puede que sí. Pero también cada piel es un mundo y cada montón de tripas es un mundo. ¿Sentirías lo que yo siento? Insisto en que no. ¡Qué vas a sentir lo que yo siento lo que sentí para llegar a esto! Porque yo siento pero gracias a algo especial. No sé porqué o de dónde vendrá que pueda sentir esto, pero yo creo que otros nada más no, no pueden sentirlo como yo. (Aunque ha de llegar un momento para todos en que sí. Ahora que lo pienso un rato, puede que sí). Pero de todos modos no creo que tú puedas sentir igual, vamos, ni siquiera que puedas imaginar lo que yo siento. Pero para que no pienses que me creo lo máximo, órale: vamos a suponer que tienes ganas, que te animas y que sientes lo que yo siento. Pues con todo y eso no va a ser igual. ¡Qué va a ser igual! ¿Me oyes? Claro. ¿Me ves? A fuerza. ¿Lo ves? Pero mírame bien. Ahora piénsalo, piénsalo. ¡Cómo canijos vas a sentirlo! ¡Cómo carajos vas a imaginarlo! Dime cómo. ¿A poco eres un fiambre como yo?

jueves, 11 de marzo de 2010


La primera película que vi de Luis Buñuel fue Los olvidados. Aunque debo aclarar que fue la primera cinta de él que vi sabiendo quién era el director. Tenía 18 años cuando asistí a la Casa de Cultura de Puebla. Fue en su cineteca donde la proyectaron. El film me impactó. Y ha sido de las influencias que perduran en mi memoria, que me hicieron comprender y sentir la vida de un modo distinto.

Pasó el tiempo y hallé la película en un paquete de tres cintas en formato VHS. Contenía: El río y la muerte, El gran calavera y, por supuesto, Los olvidados. Lo adquirí.

Mi segundo contacto con Buñuel fue también en esa década. Hubo una exposición de libros y me topé con La Gaceta, un medio de información del FCE. Entre las varias cosas que llamaron mi atención destaco dos.

Uno de los artículos discurría sobre las diferencias en las escalas de tiempo. Mediante una gráfica comparaba el tiempo del Universo y el tiempo humano. El primero se representaba por un año de 365 días. La gráfica iba recorriendo ese año y mostraba en qué mes surgía la vida, los primeros organismos pluricelulares, los primeros vertebrados… y así, para arribar a la aparición del ser humano. Éste apareció casi al finalizar el último minuto del último día del año. Así de efímeros somos, diría el Principito.

El otro era una viñeta o un recuadro. Daba cuenta de una pregunta que hicieron a Buñuel. La pregunta por sí misma era interesante, mucho, y no dejaba que el lector se fuera sin saber la respuesta. “Si por alguna situación todos los libros fueran a desaparecer y sólo pudiera conservar uno, ¿cuál elegiría?”. Una respuesta inmediata podría ser la Biblia…, pero la lista se antoja difícil, muy difícil de elaborar. La contestación de Buñuel me dejó tan intrigado como a más de otro lector: La vida maravillosa de los insectos de J. Henri Fabré.

Tiempo después, en una de esas exposiciones que organizaban en el Pasaje Zócalo-Pino Suárez, me topé con el libro. No es una edición que contenga todos los textos que Fabré escribió para reunirlos bajo ese título, pero los que contiene dan una excelente oportunidad para entender el porqué de la elección buñueleana. Hace tres años aún podía conseguirse ejemplares de la obra. Había que pagar la exorbitante cantidad de 35 pesos.

En octubre de 2008 por fin vi una parte de El perro andaluz. Fue en la exposición de Universum: ciencia y arte que se presentó en Huauchinango dentro del Festival de arte, ciencia, tecnología y desarrollo sustentable. Ver la escena en la soledad de la poca concurrida exposición fue un agasajo. Y más: entender el proceso de la imagen sugerida como recurso o elemento cinematográfico. Hizo que recordara con fruición aquella idea de que la buena literatura como el buen cine, son producto de un ejercicio de aguda introspección y observación.

Pero regreso al paquete de tres cintas VHS. Después de que junto con mis hijos y mi esposa vi El gran calavera, me fui a dormir mientras ellos se dispusieron a ver la otra película. Yo estaba entre la vigilia y el sueño cuando los cuatro exclamaron casi a coro: ¡Es Huauchinango! En efecto, sorpresas que da la vida: Buñuel estuvo en Huauchinango. Filmó una escena que dura menos de dos minutos. La película data del primer lustro de los 50. Es la introducción de la película y muestra una escena sabatina, de tianguis, cuando éste se realizaba en la plaza central. Regala imágenes ya idas, para el recuerdo o para el conocimiento. Por ejemplo, aparece la vestimenta de manta, el uso generalizado del sombrero y del cotón.

Recientemente he tenido la oportunidad de ver Nazarín. Es una película especial en varios sentidos: las actuaciones, la fotografía, la ambientación y el guión como adaptación de una novela. Este film, como muchos otros (Hamlet de Laurence Olivier, o más reciente y cercana a México Como agua para chocolate de Laura Esquivel) no presenta una disyunción en la que uno deba inclinarse por el libro demeritando la película o por ésta ya que el libro ha sido rebasado. Nazarín, el Nazarín de Buñuel, se ve y escucha tan bien como se lee el Nazarín de Benito Pérez Galdós. Valga decir que la novela recién la he comprado. Fue en un lote de libros que pusieron a la venta en la calle Matamoros. Empastado, con líneas doradas, forrado con plástico y muy bien conservado, me costó cinco pesos.

Y la cinta se enrolla. Benito Pérez Galdós fue uno de los primeros autores que me acompañaron con cierta conciencia de mi parte. Cinco años antes de cumplir los 18, cuando transitaba por la secundaria, leí Marianela.

lunes, 1 de marzo de 2010

La otra feria







La feria.

¡La feria!

La feria...

¿La feria?

¿Es la misma para todos? No: es la feria y las otras ferias.

¿Qué acapara la atención en el Huauchinango de estos días? Los juegos mecánicos, las procesiones, la alfombra de flores y aserrín, los conciertos y desconciertos... eso es la feria, ¿para todos?

Hay quien se afana por vender cacahuates. Así y sólo así tendrá para dar de comer a sus dos hijos.

Mientras, para ellos, para los otros hijos, para los hijos de otros, ¿qué es la feria?

Sí, la feria. ¡La feria! La feria... ¿La feria? Las muchas ferias.













Y acaba... y pasan los días... ¿hubo feria para todos?