domingo, 30 de diciembre de 2012

El árbol detrás de Juárez


El jardín central de Huauchinango tiene forma de cuadrilátero. En la esquina suroccidental podría formarse un ángulo con los portales Hidalgo y Zaragoza. “Podría” porque ahí convergen o divergen, según se transite, dos escalinatas.

En el interior del jardín hay jardineras. No se trata de damas dedicadas a cuidar jardines sino de construcciones que contienen plantas. Alrededor de la jardinera del suroeste, por las tardes y noches en que el clima lo hace apetecible, se congregan hombres y mujeres jóvenes. Forman pequeños grupos y charlan, o en pareja se hablan de cerca, se abrazan o besan.

En la esquina antagónica hay una estatua de Juárez. A sus espaldas están dos jardineras. La más próxima a la calle contiene un árbol de macadamia. Cuando la humedad o el frío no lo impiden, bajo el follaje hay vendedores. Ofrecen helados, dulces o billetes de lotería. De lunes a viernes, entrada la mañana y antes de que arribe la tarde vespertina, suelen reunirse hombres, adultos mayores. Se sientan sobre el cerco de metal o permanecen de pie. Platican, observan a quienes pasan, a veces los saludan.

Ahí se apostaba a vender helados don Cuco, lo hacía en ese sitio desde 1982. Un día, tras dar el saludo me dijo en tono casi confidencial: “Güero, ¿sabe usted cómo le dicen a este árbol?”. Puse cara de ignorancia. Insistió: “Vea quiénes están aquí”. Don Cuco concluyó: “Es el Árbol de los pájaros caídos”. 

lunes, 10 de diciembre de 2012

Una visita a Manuel M. Ponce

Es como entrar a su casa. No, es como entrar a un bazar donde hallas parte de lo que hizo. No, es como entrar a parte de su intimidad. Encuentras lo que él hizo, y lo que hicieron con lo que él realizó.

Ahí están los tipos como se emplearon en la imprenta. Un ejemplar de "Granada".
Pero también puedes ingresar a su comedor. Ahí imaginas las charlas durante la comida, las sobremesas. 

Era un estilo sobrio pero elegante.

Me impacta pensar que todo está recreado casi en detalle. Incluso las lámparas están en el techo, las pantallas.


Este lienzo es enorme, enorme en dos sentidos, en su dimensión. Y, de otra manera, por todas las amistades y afinidades que fueron estampando su firma. 

Es como tener en un pedazo de tela las piezas de los que entretejieron con su música las ideas, las cuitas, temores, fantasías, confabulaciones, protestas, lamentos... del siglo XX.









De regreso a su comedor.
Y el ingreso a sus detalles personales. La silla, el sombrero, las corbatas, los pañuelos. Es para imaginarlo.

Su máquina de escribir. ¿Cuántas ideas habrán quedado fijas, listas a compartirse gracias a este artefacto? La máquina me recuerda a muchos que escribieron en "su" máquina. Es como una fábrica de ideas, o como un campo de cultivo. La máquina es pues a las palabras lo que las instrumentos a los sonidos. Y la barra espaciadora va marcando los silencios. La máquina percute las palabras como antes se grababan en la piedra, en la madera.








¿El lugar de la creación? ¿El lugar del ejercicio de imaginación, de esa actividad que permite pasar de unos pocos sonidos (12) a un universo inagotable? 


Dos grandes lo acompañaban. 

¿Hay modelos a seguir? Sí, los hay. ¿Pero qué seguir de cada quien?




Antes de entrar a ese recinto están las voces cantando "Estrellita". O el piano interpretando "Malgré tout" y el inmortal "Intermezzo".

Es un rincón para el éxtasis.