miércoles, 27 de enero de 2010

Amo los pájaros perdidos, que vuelan desde...

Hoy en la mañana hablé por teléfono a casa de mis tíos abuelos maternos. Lola tiene 84 años y ya no ve a causa del glaucoma. Vive con Julio, su hermano, quien en mayo cumplirá los 99. De los once hermanos que fueron solo quedan tres. Aparte de ellos está Guillermo, cercano a los 80. El último hermano en morir fue Juan, que era el más chico. De eso tiene dos años. Antes de él murieron Maga y Lupe, en ese orden.

Fue Julio quien me contestó. “Bueno. ¿Quién habla?”. “Tu sobrino Florencio”. “Ah, ¿en qué puedo servirle?”. ("No me ha reconocido") “Tío, ¿me comunicas con tu hermana?”. “¿Con cuál de ellas?”. Callé un instante. ("¿Oí bien?"). “Con mi tía Lola”. “Cómo no, permítame”. Escuché cómo la llamaba: “Lola, te hablan”.


Hace un momento, como a las siete de la noche, pasé por el taller de mi tío Bernabé. El 14 de febrero cumplirá 84 años. Es el hermano mayor de mi papá, quien es el menor de los ocho que fueron. Viven seis. Mi padre, cumple 72 el sábado 30 de enero. Ambos son hijos de Bernabé. Mi abuelo murió en 1989, como de 94 años. Sus restos están aquí, en las criptas de la parroquia.

Pasé caminando frente al taller. Vi a mi tío y a mis primos. Levanté la mano y dije: “Buena noche… ¡Don Berna!” saludé y seguí de frente. Cinco o seis pasos adelante me detuve. Regresé a saludarlo frente a frente. Iba en retroceso cuando salió a la calle. Me buscó con la mirada. Ya junto a él, me dijo: “¿Y tu abuelo?”. Me sorprendí. Le pregunté: “¿Mi abuelo?”. El ruido de los automotores así como su voz baja y cavernosa me hicieron dudar. ¿Había escuchado bien? “Sí, tu abuelo. Me dijo tu papá que lo iba a llevar a ... (no entendí)”. Lo tomé del codo y lo conduje a donde estaba uno de sus hijos. “Oye, Miguel, tu papá me pregunta por mi abuelito”. “Sí -dijo mi tío-, tu papá lo llevó a ... (no entendí) y no han regresado. Ya estoy con la tentación”. Miré a sus hijos (el mayor se había acercado). Mi tío se dirigió a mí de nuevo. “Me dijo Manuel que el domingo llevó a mi papá a la iglesia, pero que estaba afuera esperándolo. ¿Está aquí tu abuelo?”.

lunes, 18 de enero de 2010

¿Qué tal?

¿Qué tal Victor?

Sí tal… aunque la pregunta no me suena. ¿Me preguntas a mí qué tal? Yo me pregunto, ¿qué tal qué? ¿O estás preguntándole a alguien (llamémosle “v” para que sea una variable cercana fonéticamente con el inicio de “Víctor”) acerca de Víctor? Por si es la primera opción, que es la única que podría responder… No, pensándolo bien de igual manera puedo responder la segunda poniéndome en el lugar de otra persona y contestando de mí como si no fuera yo.

¿Qué haces últimamente?

Como se dice en una derivación del ná’uatl: un titipuchal de cosas. La más próxima y la más impresionante ha sido arreglar mi biblio-hemero-copi-madreteca. No me gustaba la distribución de dos libreros y cómo se veía otro. La gripe no me daba para salir y sentir el Sol frioso o el frío soleado de ayer (y hoy), de modo que me decidí a cambiarle look a mi cubil-madriguera-templo-refugio-taller-mundo-escritorio. ¡Qué de cosas! Los libros de mis hijos de la primaria, lo que ellos leyeron y rayaron y escribieron… vi de todo, de lo empastado con nombre y grupo hasta lo que ha permanecido no obstante el tipo de uso y de trato que le dieron. Pasé por sus libros y trabajos de la secundaria y del bachillerato. Ordené las tesis, tanto de ellos como de otros que me las han regalado y otros más a quienes he asesorado. Clasifiqué textos, los que están físicamente ordenables: un estante para filosofía y psicología. Especialmente un apartado para lógica y argumentación, otro para filosofía de la ciencia, otro más para historia de la filosofía; en una parte quedaron únicamente de Editorial Alianza. Otro ha sido para divulgación de la ciencia y la tecnología y otro más para historia del mundo (no sé porqué le llaman “universal”, ¿será mucha pretensión o un resabio de la mirada antropocéntrica de los medio ciegos humanos?). No podía terminar una sección y pasarme a la otra. Aunque anteriormente los tenía organizados y así los bajé, en el momento de subirlos tuve que reordenar y reconsiderar espacios, ubicación. Hay un espacio donde conservo los libros que compré en la prepa, de la colección “Sepan cuántos…”. Junto a ellos quedaron unos textos que me obsequiaron de la UPN-El caballito en 1988. En el apartado inferior hubo espacio para los libros que me regalaron cuando salí de la prepa: una historia del mundo antiguo de José Luis Martínez, los volúmenes sobre economía e historia de la economía, y un texto de Humboldt, y junto con estos obsequios varios de historia de México. No son textos generales, sino de la Cristiada, por ejemplo. El anaquel inferior siguiente quedó consagrado a Jean Piaget, que es parte de lo que queda de mi tesis de maestría. Fue una sensación curiosa recordar mi evolución: a mediados de la maestría me volví un piagetano convencido, pero a la mitad de mi tesis y más al finalizar, ya era más crítico de él que un convencido y andada por otros lares. Pero debo reconocer que el biólogo suizo me sirvió de plataforma tanto conceptualmente como en las habilidades que desarrollas al hacer un trabajo de esa índole. Pero regreso a mi multiteca, en el espacio superior de ese librero quedaron tesis (de las mías solamente conservo de licenciatura; la de maestría no sé dónde quedó pero se puede consultar en línea), una reedición de las lecturas clásicas para niños que publicó la SEP de Vasconcelos. Fue regresar a esas noches en que iba al cuarto de mis hijos y leía una narración, un poema para ellos. Después el beso de buena noche. Si con eso no conciliaban el sueño, se desataba una plática en torno a lo que habían escuchado o a la lectura “del otro día” o al chisme en boga. Junto a las tesis están los empastados de primer grado de cada hijo. En la parte inferior de ese librero quedaron los diccionarios: inglés, francés, ná’uatl, cocina, biomedicina, ciencias cognitivas, lingüística, retórica y poética. Ya con eso estaba medio ordenado el primer par de libreros. En el interín, Manuel Alejandro me auxilió en el reacomodo de los muebles. Los dos que acabo de describir quedaron a lo que ahora es mi izquierda. A la derecha quedó uno con la parte inferior para revistas (pero no caben, necesito más espacio), en el siguiente espacio están los libros de texto de mis hijos. Luego hay una revoltura ordenada de pedagogía, administración y literatura. Arriba, y para deleite de Rocío que gusta de la simetría y el orden, quedó la colección de Bruguera, en sus tomos empastados en café. Esa parte, debo decir, es como para que vengan a filmarme y quede atrás de mí, porque los demás son una mezcla heterogénea de colores y tamaños. Todos excepto el librero pequeño que también tiene libros empastados en café y verde, en el que hay algunos originales de los que editó Vasconcelos, varios libros antiguos, algunos adornos en metal y piedra. Entre ellos destacan el Quijote en su edición conmemorativa y dos figuras de él, una en metal y otra en madera (que luego he cambiado de lugar). Ésta segunda es una copia del dibujo de Picasso. En el cuarto espacio de este librero quedaron textos sobre historia regional de varios sitios, aunque predomina Huauchinango, Pahuatlán y la Huaxteca, además de algunos textos en que aparecen escritos míos. Hacia arriba sigue el espacio homogéneo. Y los dos espacios superiores, aún sin concluir, contendrán literatura y textos sobre arte (oh, acabo de darme cuenta de que debo mover algunos textos que se encuentran donde están las tesis). Los dos libreros que están a mis espaldas siguen sin tocarse. En ellos hay literatura, educación, textos sobre estudios sociales y una sección destinada a CTS. Ahí falta por llenar los espacios que quedaron por el movimiento de revistas.

Pero esto no concluye ahí. Para mover dos libreros tuve que extraer engargolados y paquetes en folder que debí depurar. Ahí encontré textos que consulté para la maestría, artículos, que me han obsequiado, que he llevado en cursos. Fue hacer un recorrido por parte de mi historia personal. Aunque en cierto momento me pregunté: ¿para qué guardo esto? ¿Quién lo leerá? ¿Me dará al vida para hacerlo? ¿Me alcanzará la vida para ello? (Algún material ha ido a un mejor destino: el reciclado). Ah, y en casi todo el recorrido me acompañaron Villazón, Bach, Vivaldi y otros.

Me aguardan tres cajas con material que ordenar. Atrás está los discos compactos a la espera de ser clasificados. Mi colección de tecolotes se mudó de mi siniestra a mi diestra pero aguardan otros objetos para ser reubicados o sacudidos. En el cuartito de atrás, que por ahora es una bodegua, han quedado las imágenes del Nacimiento y los adornos navideños y de la feria, más algunos reproductores de discos compatos. Falta por hacer pares con los calcetines y seleccionar los que todavía tiene compañero, resorte o no tienen agujero. Seleccioné algunos cuentos que fui hallando, lo hice para escanearlos y para mis estudiantes. Son cuentos de autores que no conozco pero también textos de exalumnos (entre ellos destacan ejemplares de Praxis, la revista que editábamos en 1990). Hallé dos o tres copias que me interesa leer de urgencia: un artículo de Morado y Beuchot, dos de Ginzburg… aunque está a la espera El viajero del siglo de Newman y los dos textos de Dyson (padre e hija). Eso sin hablar de los electrónicos (hay uno nuevo de CTS y educación). Ya tengo también listos los materiales que llevaré al Conservatorio, a la biblioteca del Centro de Maestros o a la Municipal y a la del CBTis.
Acabo de recordar que necesito trasplantar un durazno que está creciendo entre magueyes, en una maceta redonda. Y escribo qu eso hago últimamente.

viernes, 15 de enero de 2010

Ensimismamiento, frío y neblina

Pues los fríos son hermosos, al menos los fríos con neblina: me hacen retornar al Huauchinango de mi infancia y juventud. Me hacen recordar, me hacen recuperar detalles, imágenes que a veces parecen extraviadas y que de pronto se plantan frente a uno. Aunque también me llevan a pensar en quienes no tienen lo suficiente para guarecerse del frío, para soportarlo, en la leña que se consume, en el carbón en los braseros, en las familias acurrucadas dentro de casas con rendijas entre tabla y tabla por los que se cuela el frío.

Este enero ha sido contrastante en muchos sentidos. Ha ido de lo bello a lo melancólico, de la esperanza a un sentimiento de derrota. Pero antes de concluir el año fui al Salto de la Morena. Es una cascada imponente. El camino para llegar es accidentado. Un reto por el frío y lo resbaladizo del terreno. Había estado antes, pero no me había tocado tanta humedad y el camino intacto de algún modo. Luego fue el regreso. Caminamos por sitios increíbles o impensados cuando uno transita por la carretera. A menos de 100 metros de ella y parecía otro mundo: espinas, vegetación, la capa de hojas y raíces, el arroyuelo. Quedó pendiente, por el frío y por el tráfico, la caminata a Huilacapixtla, al Zempoala y a Los Ermitaños. Espero que 2010 se alargue y alcance para hacerlo. También estuve un buen rato con mis papás y mis hermanos. Hablamos de muchas, muchas cosas, pensamos en otras más. Esta vez no hubo canciones, no hubo guitarra. Ahora que lo pienso me doy cuenta que fue extraño.

Pero también, de una forma extraña y coincidente, he asistido a varios rezos de difuntos. En cada uno los recuerdos llegan. Don Julio y las muchas veces que hizo fundas, mochilas y zapatos. Se fue rápido, como sin explicaciones. Fui al novenario, entre frío, neblina, con un grupo de hombres jóvenes charlando afuera, mientras tomaban alcohol y café, y los rezos adentro, aguardando la hora para levantar la cruz. Eso en El Ocotal. También fue el velorio de la hermana de Lupita. No la conocí pero al llegar a su casa hallé exalumnos y amigos. Luego fue la mamá de Dalia. No la traté, pero la recuerdo mitad afuera de su casa mitad en el pasillo, cerca de la estación de radio, viendo para la calle, y atrás el pasillo, y más atrás la barranca con su verdor. Y luego fue Don José Luis, el esposo de Joaquina. Y recordé a Pepe y su adolescencia, la infancia de mis hermanos, la chispa del ingeniero para inventar chistes, para componer canciones de parodia, para jugar lucha libre como El Bigote Asesino. Y estando en la iglesia me entero de José Chéquer, de cómo hallé un cheque que él extravió y se lo regresaron mis papás. Lo recordé con su calma, recorriendo las calles del Huauchinango de mi infancia llevando su portafolio. Y en torno a él, los descendientes de los libaneses que llegaron a Huauchinango a principios del siglo XX se han dado cita en las misas de 7 de la noche. Y ahí escuché que Raymundo Ávila también ha muerto. Y con él vienen las imágenes de La Cima, el frío, el café en la mañana, el León Viejo haciendo gracejadas, yo chapeando en la ladera, descopando árboles, y luego cerca de Tula, en la fuga de la tubería de 24 pulgadas. Y veo a Manuel, su hijo, y se hacen presentes los lobatos.
Ha sido un periodo de ensimismamiento, sí. He podido saltar de una lectura a otra. He saltado de pensar en un texto a pensar en otro, a repensar en filosofía, en la argumentación, en el diálogo crítico, en las maneras de compartirlo. ¿Esto me llena de método? No lo sé, no sé de qué. Me llama la atención pensar que me llena de método pero podría ser que sí. Al menos me ayuda para ver el mundo, para verme y para vernos con un poco de entendimiento, con un poco de respuestas al por qué, al para qué... Y ese ensimismamiento me ha permitido retomar la escritura que brota de lo que uno quiere escribir, de esa escritura que brota cuando uno se deja llevar por el solo hecho de escribir. Y en esto sigo.
Y sí, de repente la felicidad se hace presente (no, exagero: soy feliz, muy feliz, no se trata de que se valga o no ser feliz, como si fuera algo esporádico o accidental; no, soy feliz aunque eso no me quita, en ocasiones, el ensimismamiento pensando en cómo hacer para tener un mundo mejor, en estos tiempos que me ha tocado vivir.
Comparto con muchos y muchas un mundo lleno de problemas, un mundo que es producto de la irresponsabilidad y de la ignorancia de las generaciones pasadas, de la irresponsabilidad por ignorar lo que se debe en las generaciones pasadas y presentes, de la ignorancia que nos hace imposible responsabilizarnos. En los primeros momentos del lunes, cuando escuché los resúmenes de algunas columnas, la desesperanza hizo presa de mí. Sí, formo parte de un país dolido y maltrecho. ¿Es todo? No, me anima la seguridad de que hay otros, muchos otros, que están dispuestos y se empeñan y proponen y sonríen y cantan con esperanzas en que esto, esto en lo que vivimos, podrá ser otro “esto”, podrá ser mejor. Y el frío me cubre. Lo siento en las manos, en la nariz (la he tenido húmeda y fría), en los pies. ¿Parece que quiere acabar conmigo? No. El frío me preserva, digo, aunque se congelen mis ideas. Pero eso no quita ni un grado centígrado, ni un grado farenheit la posibilidad de vivir a conciencia, con conciencia, mi felicidad, que es una felicidad compartida.

viernes, 8 de enero de 2010

nextikatliltik xoloitscuintli

¿Diferentes pero iguales? ¿iguales pero diferentes? ¿En qué está la diferencia, cómo es que somos iguales? ¿Cuándo aparece el "ellos" y cuándo el "nosotros"? ¿Cómo pasar del "ellos" al "nosotros" y seguir siendo diferentes? ¿Cómo pervivir, de qué manera persistir?

AÑO INTERNACIONAL DE LA DIVERSIDAD BIOLÓGICA
¿Dónde podemos estar? Donde podemos estar.
AÑO INTERNACIONAL DEL ACERCAMIENTO ENTRE CULTURAS

miércoles, 6 de enero de 2010

En Día de Reyes

Con ánimo de escribir, animado a escribir por esta vez, a/para ti: a escribir-te.

¿Soliloquio es lo mismo que monólogo? No: puedo estar solo, hablar solo y, sin embargo, entablar un diálogo conmigo. En el diálogo -crítico- hay un cambio. Quienes hemos dialogado no podemos seguir creyendo o sosteniendo lo mismo que sosteníamos o creíamos de entrada. Ambos dialogantes debemos haber cambiado en algo.
¿Será posible dialogar cuando no hay otro –físicamente- con quien hablar? Sí: puedo criticar mis pensamientos, entablar un soliloquio a dos voces, encarnando a dos sujetos. Eso es diferente a un monólogo a dos voces o a un monólogo a coro.

¿Qué hago en los soliloquios, sean diálogos o no? Pienso, te pienso, me pienso, pienso en ellos, los pienso, pienso en nos. Y tú, y él y ella (que son ellos), también piensan soliloquialmente en mí. ¿Te das cuenta? Nos pensamos. ¿Es reciprocidad, coincidencia u ocurrencia? A veces es reciprocidad (como si fuera una obligación, un compromiso, una responsabilidad), otras es una coincidencia en que “nos ponemos a pensar” (¿”Zeitgeist” dirían los alemanes?) y otras, muchas otras, es una ocurrencia: simplemente pensamos unos en otros sin que haya conexión alguna en este hecho de pensar -excepto, reitero, en que nos pensamos-.

¿Por dónde andamos? ¿Por dónde andas? ¿Son nuestros pasos al mismo ritmo? ¿Se orientan hacia el mismo destino? ¿Los paisajes por los que transitamos son imágenes compartidas? ¿Caminaremos, tarde o temprano, por las mismas sendas? ¿Y por qué las preguntas, por qué esas preguntas? Será que buscamos la coincidencia en el espacio para que esto mitigue las no-coincidencias en el tiempo? ¿Tendrá caso vivir en el mismo tiempo y no encontrarse? No, por eso la frase que he tomado y reconstruido de Rayuela de Cortázar: “porque andamos sin buscarnos pero sabiendo que andamos para encontrarnos”.

¿Y mis planes? He querido escribirlos porque varios de ellos necesitan de ti, de él, de ella, de ellos, de nosotros para poder deambular del plan a la construcción. Mis planes no son diez (¿número que atrae a los seres humanos por tener diez dedos?). No son dos (como Ometeotl), no son tres (como los García, las carabelas, las diosas de Paris, la S Trinidad, las virtudes teologales, los mosqueteros). No son siete ni siete veces 7, ni 70 veces 7. No son el 69 de los encuentros o el 96 de los desencuentros o posteriores a los 69. No son 666 planes ni 13. No son cincuenta pero sí sin-cuenta. Confieso, pues: no los he contado. Cuando termine de escribirlos sabré cuántos son. Pero sólo entonces, aunque es factible que para ese momento haya más o ya sean menos. Pero lo que sí puedo afirmar es que anhelo que mis planes sean como la pintura del cangrejo que trazó Chuang Tzu.

El primero de mis proyectos, que ahora está siendo inyecto, es escribir, continuar escribiendo. En un soliloquio o en una locución-acompañamiento, tratando de que sea un diálogo aunque a veces será un monólogo, en el que lo reinante sea el solo hecho de paladear las palabras, de acariciarlas, y entonces escribir-hablar en voz alta-baja, en silencios o a gritos para nadie en especial, para mí, o lo haré para ti, para él, para ella, para todos –y en ellos estamos nosotros-.
¿Recordaré lo que escribo? ¿Recuerdo lo que escribo? ¿Imagino lo que generan, lo que producen mis escritos? El recuerdo permanece. El recuerdo se transforma. ¿En qué? En dolor, en sueño, en quimera, en deseo, en cuita, en alegría, en perspectiva, y regresa a ser recuerdo. Así, recuerdo que recordamos. Aunque prefiero decir que a pesar de todo, pienso en ti -en él y ella, en nosotros- y te pienso cuando me pienso.

martes, 5 de enero de 2010

A cerca mientos

Lo que fue. Recuentos.


Cada año es especial aunque a veces haya acontecimientos que lo marquen de manera especial. 2009 tuvo lo suyo, desde grandes acontecimientos hasta ínfimos detalles. Hubo encuentros y desencuentros, encuentros que fueron desencuentros, aproximaciones y distanciamientos, cercanías y lejanías. Pero voy a lo que viene, lo que está en el mar de las posibilidades. Recuerdo la frase que he repetido en varias ocasiones: no em interesa lo que haya sido antes (sí me interesa, pero ya pasó), sino lo que será de ahora en adelante.

Lo que es y será.


Posibilidades de dialogar para construir. O mejor, posibilidades de dialogar críticamente para construir.

Más festejos: varios “un año”, otros “un año más”, reencontrarnos, encontrarnos, explorar y descubrir juntos, construir juntos… empeñar sueños y afanes en hacer un mundo mejor, en lograr que las generaciones actuales sean mejores de lo que mi generación fue.

Para saber qué con el Año internacional de acercamientos entre culturas: http://portal.unesco.org/culture/es/ev.php-URL_ID=39761&URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

sábado, 2 de enero de 2010

¿Por qué no?

David Borja (a quien apodaban "El coffee" por pequeño y moreno) funcionó durante un tiempo como mi director espiritual. Tal vez no fue muy director -no me dirijía- y, en el sentido popular del término, resultaba poco espiritual -era dado a expresiones prosaicas-. Sin embargo, David cumplió el papel de refugio, acicate, catalizador, inspiración y generador. Me permitió entender muchas cosas de la vida aunque propició que me enredara con muchas otras más. Tiempo después Arturo Jaime cumplió ese papel. Aunque él lo hizo con mayor mesura y ecuanimidad. Arturo fue el primero que me ayudó a percatarme de un proceso metacognitivo y metodológico. Fue una mañana que pasamos hablando de mí, de qué hacía y por qué o para qué lo hacía. Y se abrieron horizontes. Ambos, David y Arturo, me ayudaron a ver de una manera distinta el rótulo que algunos otros me habían puesto: inmaduro. Fue algo como una terapia... ¿o fue profilaxis? Años después conocí a Mosqueta y luego, leyendo a no sé quién, vi de manera más clara que eso de la madurez e inmadurez no es sino una ficción dañina y, en el mejor de los casos, una expresión inapropiada. Al menos así fue en mi caso. Con mi pubertad-adolescencia-juventud a cuestas no era inmaduro, quizá era un preparatoriano que se pasaba de ocurrente, tal vez tenía fantasías poco comunes y menos compartidas, o mejor dicho era predeciblemente impredecible: de mí se podían esperar acciones poco habituales. Si quieren lo digo de otra manera: mis acciones eran peculiares, singulares, alocadas.

¿Pero a qué bien todo esto? La verdad es que no pretendía hablar de mí, al menos no en esos términos. Pretendía hablar de David porque él ha sido para mí una referencia cuando hablo de tiempo para pensar. David era un cura especial. Le tocó ser párroco en la sierra cuando los recorridos debían hacerse a caballo, cuando para llegar a muchas parroquias el medio más eficaz era la avioneta y el más tardado y extenuante era a pie. Cuando fui con Flavio y Armando a visitarlo a San Lorenzo Axiotepec, el Coffee ahí estaba, en un lugar sin energía eléctrica, con hablantes de ñañú. Veía el único televisor del pueblo y escuchaba discos de concierto alimentando sus aparatos con un acumulador para automóviles. En cuanto a su actividad pastoral, no obstante su visión crítica y social, se había reducido a una mera administración de sacramentos. Además de esa pequeña estancia y de nuestras pláticas ocasionales en Tulancingo, convivimos en Huehuetla, cuando fue a auxiliar a Genaro, y en el camino a Cuaxtla. Fue en ese recorrido que mencionó males que aquejaban al clero local. También habló de lo que haría -si pudiera- para mejorar las cosas. Sin que yo se lo preguntara (porque era dado a extensos monólogos que parecían diálogos), explicó que pensaba todo eso porque tenía una excelente oportunidad: el recorrido entre pueblo y pueblo, entre ranchería y ranchería, a lomo da caballo, le daban la oportunidad de pensar. "Y no creas que voy lento como Ernesto Hernández... él hasta atril le puso a la silla de montar".

Esta casi confesión autobiográfica me remite a pensar en mi papá. Chofer durante muchos años, le tocó conducir autobuses para traslado de personal, camionetas con equipo para reparación. En muchas ocasiones fue el chofer de jefes. Y cuando pienso en sus recorridos, algo me intriga: ¿qué pensaba en todo ese tiempo de traslado o en los momentos de espera? Supongo que cuando no había elementos de charla o cuando no iba cantando las canciones de El fonógrafo, a mi papá le daba por ponerse a pensar. Esta es otra razón por la que me llama la atención esas ideas de “tiempo para pensar” o "ponerse a pensar".

Tenía ocho años (creo) cuando compré mi primer libro. Fue mediante el servicio postal. Mi afición a recorrer los estantes de las librerías se desarrollaría años después. De ese libro recuerdo muchos detalles (lo conservo), pero uno que ha perdurado con fuerza es el artículo que se refería a un experimento en que varios estudiantes universitarios habían sido contratados para hacer nada. Es común que a la pregunta de “qué haces”, la respuesta sea “nada” y luego a ese “nada” se agregue un: “aquí, pasándola” o “haciendo esto o aquello”. Lo interesante del asunto es que la persona interrogada no está haciendo nada (aunque diga que está haciendo nada), sino que en realidad está haciendo algo. Esto me llevó a pensar si es posible dejar de pensar. Y desde que se me ocurrió la idea, he recopilado suficientes reflexiones como para tener serias sospechas de que cuando uno decide dejar de pensar, para lograrlo -si es que puede- y para continuar en esa empresa -si es que uno lo ha logrado- lo que uno está haciendo es pensar... uno está pensando. Pero pensar no es algo lineal. A veces el pensamiento sigue los deseos del pensante y éste piensa lo que quiere pensar. Pero otras veces, muchas, hay ideas que dan vueltas y vueltas sin que el pensador sea lo suficientemente eficaz para ahuyentarlas. El asunto, a fin de cuentas, es que es difícil dejar de pensar. Pero pensar es diferente de ponerse a pensar. Pensar se da, ocurre… en cambio, ponerse a pensar implica intención, control, ejercicio. Incluso puede llegar a ser una disciplina, un arte.

Durante los últimos cinco años he tenido la oportunidad de tratar con mucha gente, en muy distintos lugares y en muchas ocasiones en situaciones escabrosas o, al menos, difíciles. Y con esas personas, en esos sitios y en esas circunstancias, dadas las tareas a desempeñar, he debido ponerme a pensar o he tenido que hacerlo. Así, en esto de ponerme a pensar he transitado del pensamiento que ocurre al pensamiento intencional y de ahí a la disciplina -y desearía que también al arte-. Y así, en esto de transitar por la disciplina -o el arte-, las preguntas han jugado un papel fundamental. Cuando pienso en preguntar y trato de pensar de una manera especial, recupero ideas de Arana, Popper, Bachelard y de mi amigo Ariel Campirán. Así que me pongo a jugar con la preguntas. En eso de estar jugando a veces recuerdo aquel poema de Paz donde habla de las palabras y hago lo que él dice: me pongo a manipular preguntas, a cambiar su orden, a modificar sus componentes, las hago chillar, reír, insisto con ellas hasta arrancarles un bostezo, las seduzco, las acaricio o las torturo… tal vez no logre hacer todo eso pero lo intento. Y en mis ires y venires, y en mi contacto con las preguntas y comentarios de otros, hago y rehago preguntas.
En esto de jugar con las preguntas, una de las últimas estrategias que aprendí y estoy en un ejercicio de valoración, ha sido preguntarme "por qué no". Fue Carlos Bosch a quien se lo oí decir. Él la sugirió (yo no sabía que él era Bosch, así que no influyó la persona que dijo la pregunta sino lo cautivante de la pregunta… cuando me enteré que él era Bosch fue porque cité un artículo diciendo que era de Bosch y él dijo “yo soy Bosch”). La pregunta fue: ¿por qué no hay ratones en el Polo Norte? Pero esa pregunta puedo combinarla con lo social, cuando pienso en los demás, recurro a J. F Kennedy y me pongo a pensar en cosas que nunca han sido y digo "¿por qué no?".
Así que por hoy me asgo a la pregunta de Bosch, hago con ella lo que proclama Paz con las palabras, las valora desde la perspectiva de Ariel y los demás, la reoriento al estilo Kennedy, y en esos tiempos para pensar que ofrecen los tramos de recorrido, los silencios, las soledades, la necesidad de indagar qué piensan los demás y por qué, pregunto y me pregunto por qué no.