jueves, 18 de abril de 2013

Destino


Es una realidad. Villoro lo consigna en una novela (El libro salvaje). La concuña de una amiga mía ha propuesto una solución: hacer una reunión familiar para intercambiar y completar. Dado que me topo de cuando en cuando con el problema, la solución me semiagrada. Y digo que me semiagrada porque finalmente son intimidades, portadores de intimidad, de nuestro contacto con el mundo. Pero es un hecho: los calcetines se deshermanan.

No sé porqué se hermanan y deshermanan los calcetines. Esto me lleva a pensar en su padre... y en su madre. Amén de compartir el diseño, tras el uso comparten el olor. De ahí que, aventuro, tengan cierto aire de familia. Antes, claro, comparten la historia de caminos recorridos.

No solo en mi casa sino en muchas otras hay un sitio y un recipiente destinado a los calcetines deshermanados o, mejor, sueltos, o mejor aun, solitarios. Dependiendo de las condiciones económicas, los que han quedado sin pareja y persisten a la visión de sus dueños, en un acto de reingeniería doméstica son empleados para sacudir, para limpiar, para guardar o para seguir usándose en los pies. Un tío abuelo que presume de daltónico, de querer alcanzar la santidad mediante la pobreza (de espíritu), pero que en realidad es un desaliñado, emplea frecuentemente ese contraste que dan los calcetines deshermanados cuando se colocan entre zapato y pie.

Bueno, pero el asunto es que he hallado acomodo, asilo y destino final e idóneo a esas prendas casi andróginas. Arriba de dona Rosa Titipitla, cerca del puente de aguas negras, en una casa que está hecha de cartón y techo de plástico, vive don Refugio. El señor tiene sólo una pierna.

sábado, 6 de abril de 2013

70 aniversario




 


Cuando en enero vi esta placa, no pude sino preguntarme con una sonrisa si se puede ser niño a los 30 años.










Hoy, a casi tres meses de haberme cuestionado eso, caigo en la cuenta de que hace 43 años conocí a un niño de 28 años.

Conocí a ese niño de 28 años en un libro de portada con el verde predominante. En su interior había dibujos en blanco y negro. Iniciaba con una imagen chistosa. Terminaba con uns estampa triste.

Ese niño me presentó a León, otro niño. La diferencia entre ambos era la soledad, el hambre, el frío y la edad imprecisa del segundo.

Ese niño también me hizo viajar de planeta en planeta. Él preguntaba y preguntaba. Por él conocí a un rey, un farolero, un bebedor, un geógrafo... Visité su planeta -quizá era asteroide- con volcanes, una flor, semillas de árboles gigantes y muchas, muchas puestas de Sol; ¡tantas como uno quisiera! También, junto con él, me adentré al mundo de los humanos, sus habitat, las trampas de su pensar y sus poco, mucho o nada razonables acciones. Por él descubrí la utilidad del conocimiento que parece inútil y el valor de la poesía que parece no tener valor. Fue por él que establecí lazos con un zorro, reconocí lo que hace importante a los otros seres, aprendí que las estrellas ríen y que los pozos cantan en el lugar menos probable, aprendí que cuando el misterio es muy grande hay que obedecer. Gracias a él he venido hallando, para mi pesar o mi gozo, lo que tengo de cada uno de esos personajes y situaciones. Por él, también, tengo presente la ausencia.

Ese niño que conocí cuando él tenía 28 años, hoy cumple 70. No sé si ha madurado conmigo. Tengo la sospecha de que no es así. Algo me dice que él ha permanecido siendo niño y yo he envejecido. Aunque de algo estoy cierto: para mí es dulce compañía