sábado, 6 de abril de 2013

70 aniversario




 


Cuando en enero vi esta placa, no pude sino preguntarme con una sonrisa si se puede ser niño a los 30 años.










Hoy, a casi tres meses de haberme cuestionado eso, caigo en la cuenta de que hace 43 años conocí a un niño de 28 años.

Conocí a ese niño de 28 años en un libro de portada con el verde predominante. En su interior había dibujos en blanco y negro. Iniciaba con una imagen chistosa. Terminaba con uns estampa triste.

Ese niño me presentó a León, otro niño. La diferencia entre ambos era la soledad, el hambre, el frío y la edad imprecisa del segundo.

Ese niño también me hizo viajar de planeta en planeta. Él preguntaba y preguntaba. Por él conocí a un rey, un farolero, un bebedor, un geógrafo... Visité su planeta -quizá era asteroide- con volcanes, una flor, semillas de árboles gigantes y muchas, muchas puestas de Sol; ¡tantas como uno quisiera! También, junto con él, me adentré al mundo de los humanos, sus habitat, las trampas de su pensar y sus poco, mucho o nada razonables acciones. Por él descubrí la utilidad del conocimiento que parece inútil y el valor de la poesía que parece no tener valor. Fue por él que establecí lazos con un zorro, reconocí lo que hace importante a los otros seres, aprendí que las estrellas ríen y que los pozos cantan en el lugar menos probable, aprendí que cuando el misterio es muy grande hay que obedecer. Gracias a él he venido hallando, para mi pesar o mi gozo, lo que tengo de cada uno de esos personajes y situaciones. Por él, también, tengo presente la ausencia.

Ese niño que conocí cuando él tenía 28 años, hoy cumple 70. No sé si ha madurado conmigo. Tengo la sospecha de que no es así. Algo me dice que él ha permanecido siendo niño y yo he envejecido. Aunque de algo estoy cierto: para mí es dulce compañía


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