sábado, 20 de febrero de 2010

Sábado por la mañana.

La lluvia ha cesado (desde ayer por la mañana no ha llovido). Quise decirlo de otro modo pero no hallé cómo. Por un momento me quedé frente a la pantalla, los dedos en el teclado, la mirada sin rumbo. Los sonidos llegan: un automóvil en reversa, los neumáticos rodando por la calle pavimentada, el motor y el freno de aire de un camión; y los chiflidos del “viene, viene”, algunas risas (gente que pasa no sé a dónde, el taquero de enfrente y su mujer… ¿o la taquera de enfrente y su hombre?). Imagino las nubes de hace un momento. Aparecen de nuevo cubriendo el cielo. Son grises. El frío retorna. Y yo aquí, tratando de escribir. ¿Qué? No sé. No lo sé. Y los recuerdos se vienen. Evoco la mañana en que escribía sobre mi abuelo y mis hijos. Decía «ellos hablan porque están aprendiendo a vivir y él calla porque sabe qué es la vida». Y yo, aquí y ahora, ¿por qué escribo? Y me acuerdo de Paz diciendo «alguien mueve mi mano/escribe por mí». Y de vuelta la pregunta: ¿por qué escribo? Víctor Gerardo diría «por la irrefrenable necesidad de comunicarnos». ¿Comunicarme? ¿Con quién? ¿Acaso escribo para alguien? ¿O sólo estoy enhebrando ideas como se concatenan las cuentas de rosarios que nunca serán vendidos? Y de ésos hay muchos. Basta visitar las tiendas de tantas y tantas iglesias. Pienso tan sólo en La Villa. ¿Por qué escribo, carajo? ¿O debo preguntarme “para qué? ¿Será acaso el indetenible impulso de escribir?

2 comentarios:

  1. Se escribe con un propósito dejar huella de nuestro paso en esta vida terrenal y recordar a los amigos y más cuando están próximos a cumplir años y se es más viejo o joven según se vea, ya que lo que se arruga es el pellejo y el corazón no, o si, una vez más muchas felicidades Profe un gran honor conocerte y seguir tus pasos por este medio tan importante.

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