sábado, 21 de marzo de 2009

¡HABLA-PALABRA PALABRA!

Actualizamos los textos.

Ahora son sólo dos. El primero es sobre Carmen, la mamá de Arturo Gaona Moreno. Lo escribí hace un año, por estas fechas (mayo), después de su fiesta de 90 años. Si no mal recuerdo, al día siguiente de lo que narro.

El segundo es un conjunto de apuntes sobre mi tío Julio, quien el día 23 cumplió 98 años.


El tercero es una descripción de mis estudiantes.



De mi tía Carmen y Arturo, su hijo.

El viernes 18 mi tía Carmen, la media hermana mayor de mi papá, cumplió 90 años. La cercanía entre ellos es mucha, lo mismo que con sus otros hermanos, pues ella era ya una señorita cuando ellos apenas eran niños. Se reunieron con ella cuatro de los cinco que viven. Debo decir que han tenido pocas bajas. Sólo Julia, la hermana carnal de los cuatro, y Lola, otra media hermana pero de padre. Vino mi tío Rodolfo que vive en El Paso y es aficionado y practicante de la tauromaquia. Estuvo también el que vive en Pachuca, más mi padre y mi tío el mayor que viven aquí, en Huauchinango.

Además de ellos, fuimos dos sobrinos, hijos de Manuel (mi papá). Estuvieron sus hijos, cuatro, además de sus nietos y bisnietos. Celebraron misa. Luego fue la fiesta. Ambas se celebraron en la misma casa. Se trata de una construcción relativamente grande que tienen en Ecatepec, o San Cristóbal, como se decía antes. La casa donde viven está en la Ampliación Gabriel Hernández; a la entrada de México, si uno va de Tuxpan hacia la capital.

Tras la misa fue la comida. Dieron consomé, barbacoa, arroz. Rocío llevó un ciento de tlacoyos en salsa, de ésos que le gustan mucho a mi tía. La amistad entre ellas se remonta a 20 años atrás, cuando mi tía vino a cuidar a mi abuelita. Como mi abuela y mi tía se quedaron en la casa, entre ella y Rocío surgió una amistad aderezada con la aversión compartida hacia algunos familiares. Bueno, tras la comida la atención se dispersó.

Había gente haciendo sobremesa en el patio. Otra poca en la cocina. Algunos niños estaban jugando en el piso superior. Varios adultos platicaban en la calle. Mi tía estaba sentada en la sala con Rocío y la esposa de mi tío Rodolfo. Junto a ellas una parienta por parte del esposo de mi tía (fallecido hace muchos años; no lo conocí). Mis tíos y mi papá veían fotografías, junto con ellos mis tres primos varones. Arturo, el mayor, se divorció hace más de 20 años, y desde entonces vive con su mamá. Esther, la dueña de la casa de Ecatepec, ha tenido dos matrimonios y ha procreado nueve hijos (si los datos no me fallan), Carlos ha tenido tres, mientras que Sergio, el menor, ha procreado tres. Los cuatro hijos viven alrededor de su madre. En algún momento, cuando mi tía era fuerte, parecería un interesante caso de matriarcado.

Estaban viendo eso cuando mi tío Rodolfo, el torero, se paró frente a mi tía y comenzó un discurso. Se detuvo en varios momentos porque sus hermanos –mi papá y un tío- lo interrumpían aclarando o comentando. Tras ello vino el "que cante Jorge". Mi hermano canta muy bien, así que pasó al frente e interpretó una canción ranchera para mi tía. Tras él fue turno de mi papá. Canta bien aunque le falta volumen. Luego me tocó a mí. Le canté "Fumando espero", una canción que estaba en un disco que me regaló mi abuelita, su mamá. Era de Sara Montiel. Mi tía se emocionó y cantó conmigo. Luego fue el turno de mi hermano. Y después de nuevo yo. Esta vez canté "Júrame". Lo mismo, mi tía me aplaudió y cantó algunas partes conmigo. Todos estaban atentos –los niños también, sentados en los escalones- y había un silencio agradable. Antes de que mi tío hablara, Carlos, el segundo hijo varón, hizo una demostración de artes marciales, pues a sus 65 años conserva la elasticidad y fuerza que logró en su juventud. Mi tía pidió entonces una de Pardavé. Me animé de nuevo y canté "Obsesión". Estaba en eso cuando saqué a bailar a mi tía mientras le cantaba. Después mi tío Bernabé se animó y bailó con ella, no sin antes aclarar que él no baila pero la abrazó y danzaron.

Tras el baile hablaron dos de mis sobrinos. Un hijo de Esther y el hijo de Carlos. Ambos hicieron el comentario de lo improvisado del festejo y de la cooperación entre todos para realizarlo. Estaban hablando cuando Rocío me pidió que la acompañara al baño. La casa tiene dos, pero padece de carestía en el agua. La cantidad de gente era mucha, de modo que tuvimos que esperar un poco para que el baño estuviera en condiciones mientras sacaban agua de donde se pudiera. Mientras, en la sala, Arturo, el hijo mayor de mi tía, comenzaba a bailar danzón. Lleva años en un grupo de danzoneros y lo hace mucho muy bien.

Cuando bajamos del segundo piso él estaba iniciando la segunda pieza. Lo vi de reojo mientras buscaba acomodo en la escalera y Rocío volvía a ocupar su lugar junto a mi tía. No sé por qué se hinca, pensé. Su pareja le decía que se levantara mientras él permanecía arrodillado frente a ella. Y ella comenzó a hablar más fuerte. “Levántate Arturo, levántate”. Y Arturo no se movía. Pensé que era parte de la coreografía pero mi idea se esfumó cuando la hija de Carlos comenzó a llamar a gritos a su papá. Carlos entró a la sala para auxiliar a su hermano. Luego los primos y algunos invitados se arremolinaron en torno a Arturo. Lo acostaron en el piso, le aflojaron el pantalón. Se oían voces que decían "vuelve Arturo, vuelve" o "tío, tío" o "ya vuelve, ya está reaccionando". Me acerqué y Sergio me pidió que no dejara ver a mi tía Carmen. Me coloqué entre ella y la bola, tratando de distraerla. Volteé y vi el oxígeno. Ya le estaban quitando los zapatos y dándole masaje en los pies. Arturo no reaccionaba. Entonces me acerqué. Me incliné sobre él pues Carlos estaba dándole masaje cardiaco externo, pero muy suave. Entonces le sentí el pulso: no tenía. Y reemplacé a mi primo en lo del masaje, pero lo hice con fuerza. Él me dijo que no tan fuerte. Vi los ojos de Arturo, se estaba yendo o ya se había ido. En ese momento llegó un médico. Revisó respiración, latidos y preguntó si alguien sabía dar respiración de boca a boca. Yo, dije. Me incliné sobre Arturo y le di dos emisiones de aire. El médico había pedido un pañuelo. Se lo pusieron en la cara y yo volví a soplar. Escuchaba cómo entraba el aire en su estómago y chocaba contra los líquidos, casi burbujeaba. Sentía su cara y sus labios fríos. Mientras, el médico daba masaje pero con mucha más fuerza que yo. Tras varios intentos le alumbró los ojos. Luego pidió un espejo que acercó a su rostro. Y dijo: este hombre está muerto, fue un infarto masivo.


Regresamos a Huauchinango para volver al DF el día siguiente, domingo, al sepelio.


Sobre mi tío Julio.



Él y su llanto.

Nadie lo vio llorar la tarde de julio que sepultaron a su madre. Todos lo observaron enfundado en su gabardina, como sería en los otros sepelios, porque el clima se empecinaba en ser lluvioso cada vez que moría uno de sus familiares. Así veló, llevó a la iglesia y luego al camposanto a su madre y tíos, a sus hermanos, sus hermanas y sus sobrinos. Sin una lágrima, adusto, en silencio, cuando mucho con la frase “Sea por Dios”, así vio desaparecer féretros en la tierra, así recibió ese primogénito condolencias y pésames.

Sólo una vez se miró en sus ojos asomo de llanto. Fue la noche que recordó la muerte de su padre, más de setenta años antes: cómo sujetó sus manos, cada vez más débilmente, mientras la vida se despedía entre estertores.


Él y su presencia

Unos le respetaban, otros le temían, muchos hacían bromas sobre él, a sus espaldas. Huíamos de ese rostro, de esos ojos que brillaban detrás de las gafas verdes, y de los regaños que paseaban por sus labios. En la merienda no hablábamos. Él y los otros mayores platicaban cosas de adultos. Apurábamos los tragos de café con leche y mordisqueábamos el pan para retirarnos rápido. Luego temimos a sus risotadas, sus eructos y estornudos. Por las noches comíamos los dulces debajo de las cobijas, a hurtadillas, alejados de su presencia. La última vez lo vi viejo y desvalido, doblado por los años, tembloroso.
Mis estudiantes
El CBTis 86 es un bachillerato tecnológico. Se ubica en la sierra del noroccidente de Puebla, entre montañas que antes estuvieron cubiertas de pinos y encinos. Lo que otrora fuese verdor ahora es ocupado por manchas ocres que revelan la deforestación y el mal uso del suelo. No obstante, si uno deambula por la parte posterior del plantel, puede asomarse a una barranca y quedar de frente a uno de los pocos cerros cubiertos de vegetación.

Esta imagen pueden compartirla jóvenes de 14 a 18 años -en promedio-. Desde perspectivas citadinas y rurales, pues la gran mayoría radica en la ciudad de Huauchinango o Necaxa, pero muchos otros provienen de comunidades o pueblos aledaños, mestizos o náhuatl. En la escuela coinciden estudiantes de tierra tropical así como de lugares altos y fríos. Se mezclan quienes tienen acceso a internet en casa y televisión por cable, con quienes no tienen acceso en casa o incluso ni en su comunidad; quienes deben viajar dos horas diarias con quienes se levantan a diez minutos para la hora de entrada porque están a cinco minutos caminando. Los hay que estudiaron en telesecundarias, en secundarias técnicas o en generales, en escuelas públicas o en privadas, casi nadie en sistema abierto; quienes tienen solvencia económica en casa con quienes apenas reúnen para comer día a día.

¿Sus aspiraciones? Muchos –que son pocos en realidad- aspiran a obtener un documento con la promesa de quedarse con la plaza de su padre o de comprarla en una empresa (PEMEX o Cía de Luz y Fuerza…) o en el gobierno. Otros -que sí son muchos- ingresan a la escuela porque “así tiene que ser” o “para ser alguien en la vida”. Otros tantos –que también es un número significativo- la miran como un peldaño, el último, antes de conseguir un trabajo o hacer intentos por entrar a la vida laboral. Queda abierta la interrogante de qué significa para ellos estudiar, si pretenden aprender o solo cubrir un requisito o complacer a sus padres o qué... Queda abierta la incógnita de cuántos tienen como propósito aportar a la comunidad, dedicarse a las ciencias o a las tecnologías con un enfoque social.

¿Bastan estas líneas para imaginarse rostros morenos y blancos? ¿Es suficiente esta descripción para identificar sus sueños, aspiraciones y propósitos? ¿Con estos renglones puede tenerse una idea de sus voces, de sus pláticas, inquietudes y temores, de dónde posan su mirada?

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