jueves, 18 de abril de 2013

Destino


Es una realidad. Villoro lo consigna en una novela (El libro salvaje). La concuña de una amiga mía ha propuesto una solución: hacer una reunión familiar para intercambiar y completar. Dado que me topo de cuando en cuando con el problema, la solución me semiagrada. Y digo que me semiagrada porque finalmente son intimidades, portadores de intimidad, de nuestro contacto con el mundo. Pero es un hecho: los calcetines se deshermanan.

No sé porqué se hermanan y deshermanan los calcetines. Esto me lleva a pensar en su padre... y en su madre. Amén de compartir el diseño, tras el uso comparten el olor. De ahí que, aventuro, tengan cierto aire de familia. Antes, claro, comparten la historia de caminos recorridos.

No solo en mi casa sino en muchas otras hay un sitio y un recipiente destinado a los calcetines deshermanados o, mejor, sueltos, o mejor aun, solitarios. Dependiendo de las condiciones económicas, los que han quedado sin pareja y persisten a la visión de sus dueños, en un acto de reingeniería doméstica son empleados para sacudir, para limpiar, para guardar o para seguir usándose en los pies. Un tío abuelo que presume de daltónico, de querer alcanzar la santidad mediante la pobreza (de espíritu), pero que en realidad es un desaliñado, emplea frecuentemente ese contraste que dan los calcetines deshermanados cuando se colocan entre zapato y pie.

Bueno, pero el asunto es que he hallado acomodo, asilo y destino final e idóneo a esas prendas casi andróginas. Arriba de dona Rosa Titipitla, cerca del puente de aguas negras, en una casa que está hecha de cartón y techo de plástico, vive don Refugio. El señor tiene sólo una pierna.

1 comentario:

  1. A mí me preocupan todavía más los calcetines perdidos. ¿Dónde estarán ahora? Desamparados, buscando su otra mitad, y sin poder encontrar a otro señor con otra única pierna.

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